domingo, 6 de diciembre de 2009

PROGRESISMO

¿Qué progresismo?

1976 y en la editorial Einaudi de Turín el notable pensador italiano Norberto Bobbio publicaba el libro «¿Qué socialismo?», en el que se preguntaba si el socialismo de los que aceptan la vía democrática sería la misma cosa que el socialismo de los que exaltaban a la Unión Soviética como el primer país socialista. Tras agudas reflexiones al respecto y un profundo repaso histórico de los orígenes y evolución del socialismo, concluía que probablemente el problema residía en que bajo el término «socialismo» se incluían realidades diferentes y aun incompatibles (socialismo democrático-democracia socialista), y, sin embargo, «nos movemos en esta discusión como si entre nosotros fuese pacífico el significado del socialismo».

El tiempo y el desarrollo de los acontecimientos se han encargado de dilucidar la cuestión y en la actualidad ya no se plantea otro socialismo que el socialismo democrático con poco de lo primero y mucho de lo segundo. Pero el equívoco subsiste en otras áreas, en otros conceptos, por ejemplo, en el del progresismo. Hoy se acepta casi como un dogma que para ser progresista hay que ser de izquierdas («el espíritu es de izquierdas»), que no hay más programas progresistas que los que patrocinan las fuerzas izquierdistas y que todo lo que significa avance, derribo de obstáculos y superación de inconvenientes está ligado de manera indisoluble a determinada concepción política.

Y hay en esto exceso y error. De entrada, parece obvio que el progreso material fruto de la inventiva humana tiene poco que ver con una u otra determinación ideológica, con lo que el campo de discusión parece debe centrarse en si para avanzar socialmente hay que situarse necesariamente en la órbita de la izquierda, o ello es posible también bajo el manto de la derecha. Aquí los prejuicios tienen mucha fuerza, porque así como en los años ochenta la llamada «revolución conservadora» resultaba ciertamente exagerada, así, también hoy, hablar del progresismo como algo ligado en exclusiva a los partidos socialistas resulta en muchos casos reñido con la realidad y en abierta oposición a lo que nos deparan las cosas mismas.

En efecto, el crecimiento del Estado, la presencia del poder público en la esfera económica, el intervencionismo, la regulación, el asistencialismo, el aumento de impuestos y el crecimiento del gasto público, ¿son progresistas o reaccionarios? A la vista de las corrientes dominantes en la opinión pública y de la dirección que toman los acontecimientos no parece dudosa la respuesta. Todo lo que se mueva de manera principista y radical en esos sentidos, por más que en forma más o menos matizada y encubierta sea patrocinado por los movimientos de izquierdas, no es apreciado mayoritariamente por los ciudadanos como progresista sino como retardatario, entrabador y contrario al signo de los tiempos que corren.

En lo referente a materias como el aborto, la eutanasia, el matrimonio y adopción por homosexuales, la inmigración masiva incontrolada, la globalización, lo militar, el sistema, la paz, la ecología y todo lo referente al desarrollo, orden y políticas de mantenimiento de las cosas dentro de límites razonables, ¿dónde está el progresismo y dónde el conservadurismo? Sin perjuicio del ruido y agitación social que producen determinados círculos juveniles y pese a esa extraña alianza de nuestros días entre anarquismo y marxismo (Schnapper), no parece oportuno catalogar sin más de progresistas movimientos, pronunciamientos, actitudes y comportamientos que en vez de solucionar problemas reales crean otros mayores, y en lugar de avanzar nos hacen retroceder a estadios ya conocidos y poco placenteros, aunque sea muy tradicional en Occidente renegar de lo propio y «pensar que todo el mundo tiene razón, salvo nosotros» (Revel). Por todo ello, ¿no cabrá preguntarse hoy, ante el panorama que nos rodea, qué progresismo?

Progresismo y progresista son términos ideológicos de aplicación genérica, que en la actualidad sirven como cliché o etiqueta definitoria que agrupa posiciones políticas, doctrinas filosóficas, éticas y económicas identificables de un modo amplio con lo que se denomina izquierda, entendida como los principios ilustrados en los que se basó la Revolución Francesa de 1789: Liberté, égalité, fraternité (libertad, igualdad y fraternidad).

El progresismo actual defiende nuevos tipos de libertades como las ligadas a la identidad sexual (feminismo, derechos de los homosexuales), el aborto, la defensa de la tierra (ecologismo), derechos de los animales; y otras tradicionales, como el laicismo. Es tolerante con la diversidad religiosa y la inmigración (multiculturalismo). Muy a menudo se identifica con la denominada corrección política. Menos claro es qué se considera progresista frente a algunas cuestiones, como las económicas: ¿es progresista subir, o bajar los impuestos?, ¿aumentar, o disminuir la protección social?, ¿la energía nuclear está justificada por la lucha contra el cambio climático? ¿es más progresista la globalización, o sus opositores altermundialistas?.

La ideología progresista está muy extendida a nivel mundial, en especial Europa. Para la propagación de esta ideología se utilizan los medios de comunicación masivos (prensa, radio, televisión) y los partidos políticos de izquierda.

Origen histórico y relación con otras etiquetas definitorias.

Los conceptos de progresista y progresismo nacieron, en el contexto de la Revolución Liberal del siglo XIX, para designar a los partidarios de la idea de progreso, el cambio social y las transformaciones económicas, políticas e intelectuales; frente a los partidarios del mantenimiento del orden existente (tanto los reaccionarios partidarios de la vuelta al Antiguo Régimen, como los conservadores o moderados partidarios de distintas formas de compromiso lampedusiano entre lo viejo y lo nuevo). Mientras que el término opuesto a reaccionario es revolucionario, el término habitualmente contrapuesto a progresista es conservador. A diferencia de estos últimos los progresistas pretenden erradicar todo vestigio de pasado histórico que pueda resultar un lastre para mejorar la condición socioeconómica de ciertos colectivos sociales. Los conservadores abogan por algo similar, pero inclinándose por la defensa de ciertas tradiciones y valores sociales, que no son necesariamente reaccionarios en todos los casos. En cuanto a la relación entre los conceptos revolucionario y progresista, si bien eran plenamente identificables en la primera mitad del siglo XIX, fueron alejándose a medida que se imponía la Revolución Industrial, el capitalismo y la sociedad de clases presidida por la burguesía (revolución burguesa). De hecho, a partir de la revolución de 1848, en que se define con claridad la nueva oposición social entre burguesía y proletariado (organizado en el movimiento obrero), los antiguos progresistas van dejando de ser revolucionarios para identificarse mucho más con el término reformista.

Referencia: WIKIPEDIA.

No hay comentarios: