lunes, 18 de agosto de 2008

LA REBELIÓN DE PLATA: CAPÍTULOS VI, VII y VIII

"LA REBELIÓN DE PLATA" (Continuación)
Cap. VI: LOS PREPARATIVOS.

A muy tempranas horas de un domingo, quince días antes del previsto para la movilización, todos los dirigentes de “Democracia Directa” se dieron cita en la céntrica oficina de Ricardo para conocer, en teoría, el plan diseñado por el “Alemán”, y para reconocer el terreno, que por ser día festivo tendrían a su entera disposición, en el que se llevaría a cabo la operación en mente.
Como buen militar el “Alemán” no quería dejar nada a los vaivenes del azar, y fue así que con transparente claridad fue exponiendo la estrategia a seguir.
Sin ser interrumpido fue señalando los límites, en el plano de la ciudad extendido en la muralla, de la zona de operaciones, su división en sub-zonas, los puntos de concentración y el modu operandi para copar el edificio de gobierno identificado como objetivo. Luego instruyó sobre las señales convencionales que se emplearían y los distintivos que los encargados utilizarían durante la movilización en el terreno. Copado el objetivo marcó en un plano del edificio, conseguido no se supo cómo, los puntos neurálgicos que se abordarían. A continuación detalló la forma de distribuir la propaganda escrita y el apoyo logístico que se prestaría mediante la distribución de alimentación caliente a los “combatientes”.
Una vez concluida la exposición asignó a cada uno las misiones y respondió con precisión todas las interrogantes que se le plantearon.
De la teoría el “Alemán” pasó de inmediato a la práctica y dispuso, sin perder tiempo, que cada uno tomara su posición en el escenario verdadero, para converger luego sobre el objetivo y determinar así si el plan expuesto se ajustaba a la realidad, a los horarios estimados y si era viable en el terreno.
Salvo pequeños detalles, que el ensayo preparatorio permitió solucionar, en general todo salió a la perfección, y lo que fue de vital importancia es que todos pudieron visualizar, lo más cercano posible a la realidad, como se desarrollarían los hechos el día de la protesta.
El ensayo, sin embargo, no terminó con el reconocimiento del terreno, puesto que cada equipo debió continuar desarrollando su propio plan de acción. Así fue, por ejemplo, que los encargados del apoyo logístico debieron determinar los lugares en que se situarían los carros de aprovisionamiento y los posteriores recorridos que harían, para lo cual hubo necesidad de cronometrar los tiempos. Lo mismo ocurrió con quienes tenían la misión de regular los desplazamientos.
Del plan diseñado emergieron las necesidades; materiales y humanas; para llevarlo a la práctica, y de allí surgió la tarea más tediosa y de cuyo cabal cumplimiento, para el que se dispondrían de diez días, dependería la posibilidad del éxito. Se trataba, primero, de recorrer a diario los lugares de pago de pensiones, puntos de reunión de los jubilados, desde donde el “Alemán” pensaba nutrirse del material humano que conformaría la fuerza principal del movimiento, lugares en los que había que afrontar con la mayor dedicación las tareas de convencimiento y motivación proselitista. Los primeros diez días de actividad permitirían hacer un diagnóstico de la situación y aventurar un resultado.
Cada uno de los días siguientes los organizadores comenzaron a presentarse emparejados, a tempranas horas de las mañanas, en los centros de pago, para distribuir al sector pasivo de la sociedad los panfletos redactados por Julio y confeccionados por “Malala”, gracias a sus contactos editoriales, llamando a una protesta silenciosa por reivindicaciones sociales e instando a los ancianos a tener una media hora de franca espontaneidad.
- Si hemos sido honrados, sinceros, correctos y consecuentes. Si hemos trabajado toda una vida ¿porqué, a nosotros, no nos pueden pasar cosas buenas? – repetían día a día, una y otra vez, las parejas de organizadores transformados en activistas, mientras recorrían y volvían a recorrer de uno al otro extremo las extensas filas donde hombres y mujeres de avanzada edad esperaban horas enteras para recibir sus exiguas y míseras pensiones.
- Si queremos jubilaciones justas, si queremos un trato digno, si queremos un reconocimiento a una vida de trabajo, tenemos la obligación de luchar por ellas. ¡No queremos limosnas! ¡No queremos que se nos trate como una carga para una sociedad que contribuimos a construir! ¡Basta de santificar a una elite política! ¡Aún estamos vivos! ¡Aún somos capaces de salir a luchar por nuestros derechos! ¡Nada tenemos nosotros que perder, sólo podemos ganar! – coreaban los modernos agitadores, recitando y machacando con contumaz insistencia párrafos de los volantes, e invitando a los ancianos a que retornaran al día siguiente para ayudarlos a comprometer a nuevos luchadores.
Si en las largas filas del primer día la mayoría bajaba la cabeza y sin mayor convencimiento leía el panfleto, hubo uno, dos o tres, en cada centro de pago que respondió al llamado y que, al segundo día, concurrió al lugar y se unió a la pareja original.
- ¡No debemos caer en la tentación del conformismo! ¡Debemos despertar el entusiasmo adormecido por la molicie y mirar el futuro con optimismo! ¡Lo que importa es la determinación para alcanzar nuestras metas! – repetían, cual modernos misioneros. Al quinto día los nuevos y ancianos agitadores se habían multiplicado por veinte; que doblaron la cifra para la sexta ocasión. Se les veía renovados al tener, de pronto, un objetivo real y un motivo que daba significado a sus existencias y que, imprevistamente, se había presentado para rescatarlos de sus vidas opacas y sin destino. Pronto se les vio plenamente involucrados, al punto que esgrimían sus propios argumentos para convencer a los más recalcitrantes, comprometiéndose en cuerpo y alma en un afán proselitista. De ese núcleo emergieron los jefes de grupos, responsabilidad que asumieron con un brillo renovador que reemplazó la opaca luminosidad por la vivacidad en sus ojos.
Al noveno día la pareja original de dirigentes que asumió el papel de agitadores se transformó, en cada uno de los diez centros de pago, en una centena de agitadores en promedio, y cada uno de ellos se comprometió a reclutar a cinco personas, de cualquier edad y condición, como mínimo, lo que, estimativamente, hacía presumir que la convocatoria contaría con, a lo menos, cinco mil manifestantes.
Aunque hubo un tiempo pretérito en que los dirigentes de este inusitado movimiento se curtieron en las multitudinarias luchas callejeras y se trabaron en batallas campales con la policía que pretendía reprimirlos, ahora, sin dejarlo traslucir, se sentían paralizados por el nerviosismo. Distinto era para un joven lo que era para un viejo salir a protestar, y distinto dirigir que ser un mero agitador.
Lo que más los inquietaba era que el control de la manifestación se les escapara de las manos, y también les preocupaba la reacción que tendría la autoridad. No podían predecir la conducta de una masa compacta de hombres y mujeres, acostumbrados al vasallaje, a la que se le abría un nuevo horizonte en su destino, y tampoco podían hacerlo con las consecuencias de un brutal enfrentamiento que, en ningún caso, deseaban.
Todos comprendían que había que confiar en sus propias capacidades para impedir cualquier desborde, y en la madurez y prudencia, fruto de la experiencia que se adquiere con los años, de los propios manifestantes. Si todo o algo fallaba quedaba el recurso de encomendarse a la divina providencia, en la que algunos agnósticos no creían.
La tensa espera había comenzado. Era la víspera de una batalla decisiva en que cada uno se concentra en la soledad íntima de sus propios pensamientos, y allí, sumergido en la profundidad de sus creencias, reza a sus íconos, implora, promete y clama por justicia.


- Los viejos de hoy son distintos a los que conocí en mi juventud – masculló, entre dientes, el viejo René -. Mi abuelo me contaba que en sus años mozos los ancianos eran curiosidades reverenciadas. Era la sabiduría personificada que permanecía el día entero sentada en la terraza y en las noches junto al fuego, en silencio, con la vista perdida en el tiempo, pero a quien nadie consultaba y que, cuando alguien llegaba a hacerlo, no seguía sus consejos. Ellos, en cambio, fueron diferentes. Avanzaron con los revolucionarios avances del siglo de los inventos que dejaron atrás el victoriano y sombrío siglo diecinueve. Crecieron con la luz, con la novedad del Ford A, con las máquinas que volaban y en medio de violentas manifestaciones sociales. El futuro que tenían ante ellos los hizo fuertes, luchadores incansables, pretenciosos, porfiados, bebedores, fumadores y orgullosos de no haber sufrido enfermedades; aunque la artritis, la gota, un esporádico dolor al pecho o una pertinaz puntada en la espalda, los contradijera. Sin quejarse, a los setenta o más años, miraban una fotografía de hacía treinta años y gruñían afirmando que en ella se veían debiluchos y enfermos, y seguían trabajando con el mismo entusiasmo, compadeciendo a los que no conocieron los verdaderos y duros viejos tiempos, y haciendo planes con optimismo y fe en un futuro promisorio, sin detenerse a pensar si lo alcanzarían a disfrutar.
- ¿Y ahora? – preguntó alguien.
- ¿Ahora qué? – respondió el viejo, con los ojos llameantes de indignación -. ¡Ahora es tiempo que sigamos el ejemplo de nuestros abuelos! ¡Que levantemos la cabeza y que luchemos por nuestros derechos como lo hacíamos hace treinta años!
Las palabras de René Oliva lograron despertar de nuevo las energías, algo decaídas por el cansancio o por un cierto temor o pesimismo ante la proximidad de la movilización, de los que se habían reunido por primera vez en los “Ladrillos Coloniales”, el restaurante de “Pancho”, para ultimar los detalles del día siguiente, y que se habían sumergido en silenciosas meditaciones.
Aquella tarde, después de un último recorrido por los lugares que al día siguiente serían el escenario de su original protesta silenciosa, que marcaría el inicio, sin retroceso, de su actuación pública, los organizadores se dirigieron, a invitación de “Pancho”, a su restaurante ubicado en la zona sur de la ciudad, a cuatro cuadras del antiguo camino colonial que encerraba a la capital en un cinturón vial.
En la esquina, donde convergían las calles Los Prados del León con la de Viña Los Helenos, bajo el característico tejado de las casas coloniales, se erguía, alegre y acogedora, una amplia y remozada propiedad que albergaba a la entrada un generoso bar sencillamente engalanado con motivos campestres, espaciosos comedores amueblados con modestia, una sala de estar y, al fondo de un pasillo de distribución ataviado con plantas interiores que miraba hacia la calle, una enorme cocina con una monumental parrilla donde se asaban, a la vista de todos, las más variadas y exquisitas carnes de vacuno. Por su ubicación en un barrio típico de clase media, alejado de los centros comerciales de moda y del céntrico tráfago agobiador, sin letreros luminosos que encandilaran al transeúnte, era lo que en jerga criolla se conocía como “una picada”, a la que, fuera de su clientela habitual, se llegaba por recomendación de algún conocido.
- Creo que René piensa que estamos desanimados – dijo Ricardo – pero, pienso que no es así. Creo que es la capacidad negativa, de la que hablaba Keats, a que nos condujo el ocio político, y que se bate en retirada, la que nos ha hecho meditar sobre un futuro impensado que se abre novedoso cuando ya creíamos que todo se había dicho y todo se había hecho.
- Parece que los años nos han vuelto apáticos. Hace treinta años estábamos inquietos, rebosantes de energía, en los momentos previos a una protesta – señaló Roberto.
- Después de un letargo de tantos años yo diría que es normal lo que nos pasa – opinó Tania -. Lo que ocurre es que ahora no actuamos por impulsos o sentimentalismos. La energía se ha transformado en prudencia y en una mayor responsabilidad en nuestras decisiones, pero ello no quiere decir que estemos desanimados. No hay que confundir nuestra preocupación ante la incertidumbre de lo que pasará mañana con el absoluto convencimiento de la justicia, de la seriedad y de la trascendencia de la causa que hemos abrazado.
- Es el gran mal de la vejez el que nos embarga – manifestó el “Alemán”, rompiendo el silencio que siguió a las palabras de Tania -. Es la nostalgia que nos hace recordar la partida de nuestros amigos de juventud con los que vivimos momentos como éste. Es el espacio que la ausencia dejó abierto y por donde se cuela un aire frío. Es la sensación de qué parte de uno mismo se ha ido con los camaradas. Es el secreto deseo de revivir con ellos ese pasado que usualmente recordamos con disfrazada indiferencia.
- Es la oportunidad, entonces, de revalorar ese pasado y de hacerlos partícipes de esta ocasión histórica – continuó Jaime - en que la tolerancia colmó nuestra paciencia, y de pedirles que nos acompañen con su fuerza y su presencia espiritual, al igual que hace treinta años, en esta lucha renovada contra el omnímodo poder político y económico.
Las palabras de Jaime fueron interpretadas por todos como una oración previa al combate, nacidas desde lo más profundo del corazón, que contribuyó a unir al grupo en un pacto fraterno, tácito e indisoluble de luchar hasta el fin por los objetivos sociales que se habían propuesto.
El público desahogo de los sentimientos, acumulados en las dos últimas semanas de agitadas actividades, produjo un alivio que despejó, poco a poco, esa equivocada sensación de desánimo que René había percibido, y dio paso a un reavivado fructífero optimismo que insufló nuevas y vivificantes energías.
Cuando las penumbras del crepúsculo se cernían sobre la ciudad, el grupo dejó el local de “Los Ladrillos” y se escabulló por diferentes caminos en medio de las sombras, hacia la última noche previa al encuentro con su nuevo destino.

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Cap VII: LA TOMA.

Nada hacía presagiar al ciudadano común y a los políticos que aquel día sería distinto a todos los demás, salvo para esos viejos olvidados, considerados como un problema social insoluble, cuyas vidas normalmente se habían transformado en un monótono vegetar.
A Julio le hizo recordar el despertar de hacía más de tres décadas, sin ningún síntoma que le anunciara que ese otrora día que amanecía sería de tanta trascendencia. Hoy, en cambio, todo era distinto, ya que para él no habría sorpresas, salvo aquellas imposibles de prever que podrían gestarse con la movilización.
Frenéticamente, como cuando la juventud era su más valioso patrimonio, se vistió, mientras al pasar bebía el humeante café desde el vaso que hacía de tapa del termo. El invierno, que anticipadamente había comenzado a mostrar sus primeros síntomas, había hecho su entrada con una primera lluvia que, aunque tenue, había desplazado el glacial frío del día anterior. Pero esa lluvia, sin lugar a dudas, los favorecía, ya que era una excusa que les permitiría protegerse en las dependencias del Ministerio, aumentando la confusión, como era el objetivo.
A las ocho de la mañana las oficinas de pago de pensiones a los jubilados, que normalmente a esa hora, y todos los días hábiles de la semana, ya se encontraban resguardadas por una larga fila de ancianos que esperaba pacientemente; bajo un sol abrasador en los veranos o envueltos en el frío paralizante de los inviernos; a que, cuando dieran las nueve, se abrieran las puertas y comenzara la atención de los “abuelitos”, ahora se encontraban extrañamente vacías. En cambio, en los alrededores del imponente edificio ministerial, sito en el barrio cívico de la capital, comenzaba a congregarse una multitud que copaba los espacios públicos cubiertos de los paseos aledaños o se guarecía de la lluvia bajo las arcadas mismas del templo gubernamental.
Extraño, aunque nada preocupante, era para los guardias de seguridad de la secretaría de Estado y de las oficinas y establecimientos comerciales cercanos, así como para la policía uniformada que circulaba a aquellas horas, la inusual concentración de gente mayor que comenzaba a apreciarse significativamente pero, fuera de preguntarse, sin encontrar respuesta, a que se debería su inusitada presencia, no le dieron mayor importancia al hecho y continuaron con sus monótonas labores.
Entretanto, desde todos los barrios de la capital, silenciosamente, sin aspavientos, ancianos y ancianas continuaban emergiendo de sus casas e iniciando el trayecto hacia su nuevo destino, al paso cansino de sus débiles piernas limitadas por los años.
Sin distraerse en conjeturas, segura de sí misma, esa multitudinaria hueste, semejante al avance arrollador de un ejército de hormigas, con el objetivo claro y fijo grabado en sus mentes, convergía a las estaciones del metro y a los paraderos de la locomoción pública de superficie, mientras no pocos se encaminaban dispuestos a hacer el trayecto a pie para ahorrar algunos pesos de sus escuálidas y recortadas pensiones. En todos, sin embargo, podía verse una decisión inquebrantable que iluminaba sus rostros apergaminados, que parecía energizar sus cuerpos debilitados por el inexorable paso del tiempo.
En las esquinas, límites del cuadrante que encerraba el objetivo, y cubriendo todas las entradas se encontraban desde tempranas horas los dirigentes, provistos cada uno de un enorme maletín desde donde disimuladamente extraían panfletos que iban repartiendo subrepticiamente a los que ingresaban al “teatro de operaciones”, mientras el aparato logístico, dirigido por “Pancho” y por el viejo René, distribuían los carros móviles contratados a los vendedores ambulantes y repartían gratuitamente café y leche caliente a las “tropas”, acompañadas de galletas dulces y de agua.
Faltando diez minutos para las nueve el área elegida, encerrada entre las cuatro cuadras a la redonda que circunscribían la parte centro norte del barrio cívico, se encontraba invadida por una multitud en ebullición que comenzó a inquietar seriamente a la policía y a los guardias de seguridad. Todos respondían, obedeciendo a una planificada directriz superior, tener que realizar un trámite en el Ministerio, cuando alguien les preguntaba por el motivo de su presencia en el lugar y, de paso, aprovechaban de retener a los interrogadores con cualquier consulta intrascendente que se les viniera a la mente.
A las nueve en punto las puertas del edificio de gobierno se abrieron de par en par y una avalancha de viejos, respondiendo a una señal convenida con los jefes de grupo, identificados por una bufanda de color rojo, comenzó, ordenadamente, la invasión del recinto. Sin atropellarse se fueron desplazando por los pasillos, orientados, hábilmente, por Tania y el “Memo”, hacia los puntos donde podrían crear mayor conflicto, en tanto Carlos y Roberto, simulando ser empleados del Ministerio, conformaban largas filas frente a cualquier ventanilla de atención. A medida que nuevas oleadas del sui generis público ingresaba iba siendo instruido, y distribuido por Jaime y Julio, para que ocuparan todos los asientos disponibles; para que abarrotaran los corredores y atosigaran de preguntas a la funcionaria de la oficina de informaciones; para que distrajeran con consultas de toda índole a los guardias y a los empleados que circulaban; para que agotaran los tickets de atención; para que solicitaran todo tipo de formularios y acosaran pidiendo ayuda e instrucciones para su llenado. Otros, conducidos por Ricardo y Cristina, se aglomeraban, obstaculizando las vías de acceso; utilizaban los ascensores, a los que hacían detener, al subir y al bajar, en cada piso; copaban las escaleras, en cuyos peldaños los viejos se sentaban tranquilamente a leer el diario, sabedores que tenían disponible todo el tiempo del mundo; mientras algunos grupos, dirigidos por “Malala”, deambulaban, simulando desorientación, por los pisos superiores, e interrumpían a las secretarias de todos los departamentos con preguntas inocentes y fútiles que ellas, al comienzo, respondían con una exagerada gentileza hacia los simpáticos “viejitos”.
A poco de abrir sus puertas el edificio presentaba una imagen semejante a una colmena en plena efervescencia, atiborrado de una intensa e improductiva actividad nunca antes vista, donde los burócratas arrinconados habían depuesto su habitual prepotencia y suficiencia y parecían defenderse desesperadamente de una multitud que zumbaba a su alrededor amenazando devorarlos.
A medida que el tiempo pasaba el caos crecía, pero cuando algunos viejos comenzaron a marcharse la tranquilidad, que les permitió tener un momento de respiro, pareció volver a los funcionarios. Sin embargo, la fugaz calma dio paso a la desazón y a la franca preocupación cuando una nueva avalancha de estas bien adiestradas “tropas”, obedeciendo a una planificada estrategia, hizo su entrada al “campo de batalla” para reemplazar a las unidades anteriores, utilizando las mismas tácticas desconcertantes utilizadas en históricos combates, y copando los mismos lugares.
Una y otra vez se repitió, disciplinadamente, esa mañana la operación controlada por el “Alemán” desde su puesto de mando ubicado en la oficina de Ricardo, cuyas ventanas permitían una visión general del “terreno”. Hasta hubo viejos que retornaron, incansablemente, dos, tres y cuatro veces a la zona de las hostilidades, y cada vez que salían lo hacían con una amplia sonrisa de complacencia dibujada en sus rostros.
Si Lautaro, el legendario general indígena del país situado en los confines del sur del mundo, hubiera estado presente, hubiese comprobado que su estrategia y sus tácticas guerreras, aplicadas magistralmente por el “Alemán”, estaban tan vigentes en pleno siglo XXI como lo estuvieron en siglo XVI en Tucapel y en Marigueñu, cuando venció a los conquistadores españoles Pedro de Valdivia y Francisco de Villagra.
A las dos de la tarde, hora término de la atención de público, finalmente las puertas del Ministerio se cerraron y los agotados funcionarios se dejaron caer exhaustos en sus asientos. Recién, entonces, pudieron observar atónitos el estado en que quedó el campo de batalla. Aunque nada había sido destruido y ningún bien dañado, conforme a las terminantes instrucciones impartidas, las paredes estaban cuidadosamente empapeladas con volantes adheridos con papel engomado en los que se leían los reclamos de una mayoría hasta ese momento silenciosa.
“¡Fuera los corruptos!”; “¡Fin a los que utilizan el servicio público en beneficio propio!”; “¡Basta de discriminación!”; “¡Hospitales gratuitos para todos!”; “¡Democracia popular!”; ”¡Gano muy poco, quiero ser Ministro!”; “¡Que los sobresueldos paguen impuestos!”; “¡No a los gastos de representación!”; “¡Devuélvanme mis valores, no quiero ser un “empelotado!”; “¡¡Gracias San Presidente por los favores concedidos! firman: los empresarios”; ”¡Menos IVA y más pan!”; “¡Nuestra protesta es + IVA!”; ”¡Que el Congreso deje de ser un circo!”; “¡Jubilaciones dignas y para todos!”; “¡Incapaces! ¡Frenen la delincuencia”; “¡Mentirosos!”; “¡Estoy cansado de ser pobre, quiero un puesto político!”; “¡Si los ladrones tributaran seríamos millonarios!”; “¡Que los políticos cumplan sus promesas!”; eran sólo algunas de las lecturas que tapizaban las murallas interiores del edificio, escritas con el fervor de la explosión de una rebeldía acumulada que había encontrado su canal de expresión liberadora.
Las frases rebeldes, que se multiplicaban en todos los pisos de la secretaría de Estado, golpearon a las autoridades gubernamentales del Ministerio cuando recorrieron las dependencias, pero estos las minimizaron ante la prensa que oportunamente, alertada por voces anónimas de la protesta coordinadas por Cristina y Mariana, se había hecho presente con prontitud en el lugar.
– No sabemos a que atribuir esta manifestación no autorizada – declaraba el Subsecretario de la cartera, que hizo de portavoz ante un bosque de micrófonos –, pero estamos investigando cuales son los reclamos. En todo caso es evidente que han actuado elementos delincuenciales infiltrados.
- ¿Alguna organización política se ha atribuido la movilización? – preguntó una periodista de una radioemisora conocida como de gobierno.
- ¡No! – respondió con sequedad el Subsecretario –. Nadie se la ha atribuido.
- ¿Es posible que haya obedecido a una acción espontánea? – inquirió otra periodista, ahora de la televisión.
- No lo creo. Pues por las informaciones que hemos recibido es evidente que los manifestantes actuaron coordinadamente.
- ¿Se han evaluado los daños ocasionados? – preguntó, ahora, un profesional de la prensa escrita.
- Estamos a la espera de un informe al respecto.
Mientras el Subsecretario hacía declaraciones aprovechando la cobertura de prensa que el hecho le daba a su persona, los organizadores se dirigían por separado; acompañados de algunos nuevos “viejos” que de hecho habían sido incorporados a la dirigencia por su entusiasta participación en los ajetreos preparatorios, y que ese día habían consolidado su ascendiente en el terreno mismo; a “Los Ladrillos Coloniales”, en uno de cuyos comedores privados, que su dueño había reservado, habían convenido en reunirse para almorzar y analizar el resultado de la movilización.
A Julio lo invadía una satisfacción tal que no podía ocultar, y que todos compartían con desbordante alegría. Unos a otros se felicitaban y se abrazaban efusivamente por el resultado que consideraban del más completo éxito, en medio de atropellados comentarios anecdóticos de una movilización que les había hecho renacer unas ansias desmesuradas de vivir.
“Pancho” había hecho preparar canapés y empanaditas de queso, y había dispuesto platillos con papas fritas, aceitunas, trozos de embutidos y almejas en su concha cocidas al vapor y con queso derretido, para “picotear”, acompañados de pisco sour y bebidas para celebrar, anticipándose al resultado de los hechos.
- La manifestación ha sido un completo triunfo que supera con creces lo esperado – dijo Julio, pidiendo silencio, cuando todos estuvieron reunidos –, pero antes de continuar quiero presentarles a algunos representantes de esas legiones de luchadores cuya participación ha sido fundamental en el resultado obtenido, y que a partir de hoy propongo que se incorporen como integrantes de este grupo de idealistas que ha hecho de la igualdad, de la libertad y de la justicia el norte de su destino.
Todos aplaudieron dando, de hecho, por aprobada la propuesta.
A medida que Julio los iba nombrando, cada uno de estos nuevos integrantes de “Democracia Directa” se levantaba y saludaba a los presentes.
- Julio Alvarado, jubilado de la ETC – comenzó, anunciando al primero.
- El “Nene” – respondió el nombrado, un viejo gordo, falto de cabello y gruesos anteojos ópticos, aludiendo a su escasa dentadura, mientras saludaba señalándose la boca con su dedo índice acusador.
Todos celebraron la salida del mencionado.
- Herminia Valdés, viuda, montepiada de la salud – continuó Julio, al tiempo que una señora sesentona, de contextura corpulenta y cabellera lisa recogida en la nuca en un grueso moño, se levantaba de su asiento y hacía una reverencia.
- Juan Labra, vendedor ambulante de sopaipillas, sin jubilación. Puso su carro, sin cobrar, a nuestra disposición para el reparto de los alimentos. Dijo que lo hacía para ayudar a los viejitos que, al comprarle su mercadería, lo ayudaban a él.
Un hombre maduro, pero relativamente joven en comparación con los presentes, con marcadas arrugas en la comisura de los ojos que denunciaban su permanente buen humor y su propensión a la risa espontánea, se levantó alzando la mano derecha y agitándola saludó, con el característico gesto de los políticos profesionales cuando lo hacen a la multitud.
Uno a uno fueron siendo presentados una docena de nuevos activos militantes del movimiento, lo que obligó a “Pancho” a hacer nuevos preparativos para el almuerzo, para el que habilitó un comedor privado de mayor tamaño.
A Julio Alvarado, Herminia y Juan se sumaron Efraín Ponce, un médico jubilado, alto, nervudo, desgarbado y octogenario, y Silvia Echenique, una dama enjoyada de edad indefinida que nadie obviamente preguntó, secretaria bilingüe jubilada, en la actualidad dedicada a la venta de seguros de vida. Luego fueron presentados Nelda Aliste, costurera de profesión, jubilada por el Seguro Social; Pedro Pérez Machuca, funcionario jubilado del Ministerio objetivo de la protesta, conocido como el PPM, y su compadre y “tocayo”, Pedro Pablo Dinamarca, mecánico “chasquilla”, jubilado del gremio del transporte, conocido, a su vez, como el PPD, ambos cercanos a los setenta años; Uldaricio Parraguez, del área gráfica; Rosa María, la “Rose-Mary”, del servicio de correos; Orozimbo Benavente, un septuagenario flaco y desgreñado, periodista de los antiguos, perteneciente a la generación de los reporteros; y Publio Ludovico, un italiano de risa estruendosa y bonachona, del gremio gastronómico, avecindado en el país por más de cincuenta años.
Recién a las cuatro y media de la tarde, y ya un tanto relajados, pasaron todos al comedor, donde “Pancho” había puesto un gran televisor por si repetían algún extra sobre lo ocurrido en el Ministerio. En todo caso esperarían informaciones más amplias, que con seguridad trasmitirían los noticieros nocturnos, antes de tomar una decisión sobre un eventual comunicado.
Una enorme empanada de horno fue la entrada del almuerzo, luego vino una cazuela de pava y a continuación un plato de porotos con “riendas”, longaniza y cuero de chancho, acompañado de ensalada de tomates con cebollas y ají verde, pan amasado, vino blanco, vino tinto y bebidas. Un criollo y abundante banquete, digno de una justificada celebración.
El resto de la tarde, que se esfumó con extremada rapidez, transcurrió en un ambiente de especial camaradería. La ocasión permitió que todos se sintieran hermanados por los mismos rebeldes sentimientos hacia una sociedad que los consideraba una carga de la que procuraba desprenderse de cualquier forma, dando pie a chirigotas donde las malas experiencias las festinaba el mismo protagonista que las contaba, pero que dejaba en evidencia una dramática realidad que, ahora que se habían unido, no estaban dispuestos a soslayar. La paciencia había sido sobrepasada por la malignidad, y la resignación a un triste destino había llegado a su fin.
- ¡Ha llegado la hora de volver a empuñar las armas, compañeros! – manifestó con elocuencia Orozimbo Benavente, al tiempo que levantaba su copa para hacer un brindis -. ¡La larga etapa de la sumisión ha terminado! ¡Hoy hemos podido comprobar que estamos vivos! ¡Que somos capaces de volver a luchar por nuestros derechos! ¡Que no somos parias! ¡Y que nadie! ¡Absolutamente nadie será capaz de detenernos! – luego, tras observar que su copa estaba a medio llenar, escanció más vino y prosiguió - ¡Salud! ¡Salud, por el futuro!
- ¡Salud! – respondieron todos a la vez alzando sus copas.

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Cap. VIII: LA PRENSA.

La prensa; escrita, radial y televisiva; fue generosa con las informaciones, sin que a veinticuatro horas del incidente; como fue calificado por las declaraciones oficiales del gobierno; se conociera su origen y las razones que lo motivaron. Ninguna organización política se había atribuido la movilización y no existía la más mínima pista que avalara las numerosas especulaciones de los cientistas y comentaristas del devenir nacional. Todo era un misterio en un escenario donde se transaban las más inverosímiles historias que los más profesionales de la política utilizaban para denostar a sus contrincantes.
Las acusaciones iban y venían, así como los desmentidos y las amenazas de querellas “hasta las últimas consecuencias”, manoseada frase que acostumbran a emplear quienes desean poner énfasis en sus declaraciones de inocencia, aunque se sepan culpables.
El oficialismo acusaba a la oposición de promover la alteración del orden público y ésta retrucaba acusando a los partidos de gobierno de un montaje para obtener dividendos electorales.
En medio de este clima de incertidumbre, de “dimes y diretes” y de mutuas descalificaciones, el “Alemán” había aconsejado guardar silencio por veinticuatro horas más y dar, de esa forma, un tiempo mayor a los políticos para continuar con sus especulaciones.
– El pescado muere por la boca – sentenciaba la mañana siguiente, en la oficina de Ricardo. Mientras tanto, a la luz de los acontecimientos y de las declaraciones, ellos redactarían un comunicado para que saliera a la luz pública al otro día, es decir, al subsiguiente al de la protesta.
“Malala”, como encargada de las relaciones públicas, fue comisionada para redactar el documento, pero ella prefirió convocar a la directiva a una reunión conjunta para elaborarlo y así ganar tiempo. El “Alemán” ofreció su casa.
- La declaración tiene que ser escueta, precisando en forma concisa el nacimiento del movimiento, sus objetivos, las peticiones expresas que en primera instancia atañen a la tercera edad y los motivos de la protesta. Más adelante, en futuros comunicados, iremos ampliando nuestros propósitos reivindicativos y nuestras peticiones – subrayó Jaime, refiriéndose al contenido.
Aquella misma noche, siguiendo las pautas dadas, cada uno llegó a la casa del “Alemán” con un borrador del comunicado. Sin embargo, no hubo motivo para un debate pues todos coincidieron en líneas generales en el texto propuesto por Julio. Solamente había que afinar la redacción del documento, pasarlo en limpio y sacar las copias necesarias para entregarlas a todos los medios de comunicación.


Actuando siempre por sorpresa, Cristina y Mariana, en nombre de “Democracia Directa”, comenzaron a tempranas horas los llamados telefónicos a las radioemisoras, diarios, revistas y canales de televisión, convocándolos para las diez de esa misma mañana en la puerta principal del centro de pagos de pensiones más importante del país, en el centro de la capital, donde se haría entrega de un comunicado oficial de los responsables de la protesta que se llevó a cabo dos días antes, en el Ministerio de la Previsión.
Ninguna de las dos respondió consultas. Solamente se limitaron a leer el mensaje de invitación.
Pocos minutos tardaron la televisión y los medios radiales en salir al aire con la noticia que mencionaba a una supuesta organización denominada “Democracia Directa” atribuyéndose la movilización de los jubilados, y asegurando que dentro de la mañana se daría a conocer en conferencia de prensa un comunicado oficial al respecto.
La noche anterior; siguiendo las instrucciones del “Alemán”; el “Memo”, el “viejo” René”, Carlos y “Pancho”, desde “Los Ladrillos”, habían puesto en marcha el plan de enlace que el mismo “Alemán” había diseñado, contactando al “Nene”, al “PPM”, al “PPD” y a la “Rose-Mary” primero, a doña Herminia, al doctor Ponce y a Publio Ludovico después, quienes debían comunicarse con Nelda, Juan de las sopaipillas y Orozimbo Benavente, y éste último debía hacerlo con Silvia y Uldarico, trasmitiéndoles las instrucciones para poner en movimiento a las “tropas”, ordenándoles concentrarse a partir de las 0930 horas del día siguiente en el centro de pagos “doctor Efraín Ponce”. Cabe señalar que a cada uno de los lugares de pago se le había dado el nombre de su contacto que, a la vez, era el “capitán” de esa hueste.
Esa noche, víspera del nacimiento público de “Democracia Directa”; ese movimiento revolucionario que sentía suyo, concebido hacía tan solo dos meses, cuando esa luz fugaz que cruzó por su mente lo iluminó en uno de sus momentos de mayor desolación; Julio Leopoldo abrió la puerta del “sucucho” provisto de una botella de vino tinto de marca, un trozo de queso de “chanco”, una bolsita con mayonesa y cuatro marraquetas, encontrándose con una habitación fría que cualquier otro habría encontrado hasta miserable y tenebrosa con esas cortinas oscuras y deslucidas cubriendo la ventana, y esa luz mortecina y amarillenta que emanaba de la ampolleta que colgaba solitaria desde la profundidad del techo. Pese a todo a Julio le pareció hasta acogedora, impresión, quizás, influida por la provisión de esos humildes y proletarios alimentos que despertaban el gusto sencillo de su paladar y que hacía tanto tiempo que no consumía como lo hacía en sus días de bonanza económica, aunque pudiera ser también que su nuevo estado de ánimo, renovado por el optimismo esperanzador de una cruzada por un nuevo destino, contribuyera a un cambio de actitud.
Arrimó la solitaria silla con que contaba la habitación hasta la mesa que hacía de comedor y de escritorio, encendió el televisor; única pertenencia de cierto valor que salvó del embargo final, cuando el fisco y los acreedores bancarios se disputaron todas sus posesiones; y se dispuso a esperar las noticias de medianoche prontas a comenzar, mientras se preparaba unos bocadillos.
La síntesis noticiosa con que se iniciaba el programa de informaciones, y que resumía su contenido, comenzó como usualmente sucedía, y sin diferencias sustanciales entre uno y otro canal; muestra patente de la escasa imaginación periodística con que, al igual como ocurría con toda la programación del día, cada uno enfrentaba la competencia. El asalto del día; un problema comunal que afectaba a un sector poblacional; un delito cometido contra las personas, normalmente atribuido a un ajuste de cuentas entre traficantes de droga; el escándalo farandulezco de moda; las últimas novedades judiciales en los procesos por causas que habían conmocionado a la opinión pública; los resultados de competencias deportivas y de juegos de azar; y el infaltable accidente de tránsito protagonizado por algún conductor bajo la influencia del alcohol eran, normalmente, con una que otra variación, los encabezados.
Aquella noche, sin embargo, el titular principal fue el misterio que continuaba rodeando la identidad del movimiento responsable de la protesta protagonizada por los jubilados en el Ministerio de la Previsión.
– Se trata, con seguridad – agregaba el lector de las noticias, manipulando la información para crear cierto grado de suspenso – de activistas interesados en alterar el orden público, de los que se desconocen mayores antecedentes sobre su filiación política. Informando, a continuación, que los jubilados consultados habían declarado que su concurrencia al Ministerio obedecía a trámites que debían realizar y que todo había sido probablemente una mera coincidencia.
Aunque el contenido de la noticia, repetida durante toda la tarde por todos los medios informativos, había sido prácticamente siempre el mismo, Julio no se cansaba de escucharla una y otra vez. Para él significaba la primera victoria en una guerra que sería larga, dura y difícil.
Después de consumir los panecillos y de saborear dos copas del buen y aromático vino, sumergió la habitación en la oscuridad, descorrió las cortinas para que la luz nocturna entrara y se acostó. Afuera, los chubascos del día se habían transformado en una lluvia intensa, que con gruesas gotas golpeaba con furia la ventana anunciando, premonitoriamente, en la imaginación de Julio, que el día que se avecinaba sería combativo.
Como siempre ocurría, la lluvia amainó en las primeras horas de la mañana, hasta casi desparecer por completo, aunque el día amaneció encapotado y cubierto de negras y amenazantes nubes,
Mientras se vestía, Julio encendió el televisor para escuchar las primeras noticias del día; a sabiendas que en un noventa y nueve por ciento éstas serían la repetición de las mismas dadas a conocer la noche anterior; a la espera de algún extra que difundiera el comunicado llamando a la conferencia de prensa, pensando que siendo las siete y media los medios ya debían haber recibido telefónicamente la información, conforme a lo planificado con “Malala”.
Como a diario sucedía, a esa hora de la mañana no sentía necesidad de consumir alimentos, el cuerpo solamente le reclamaba un café cargado y dulce, y un cigarrillo. Vertió, entonces, en el tazón plástico del termo el agua que quedaba, que para su suerte aún se mantenía caliente, y se preparó esa aromática bebida que tanto apetecía al despertar.
Su ánimo oscilaba aquella mañana entre la exultación propia por el momento que se avecinaba y un desánimo poco común que opacaba sus ímpetus iniciales delirantes de entusiasmo.
Acercó luego la mesa a la ventana y se sentó a observar con nostalgia el cuadro que presentaba el rostro de la calle mojada por la lluvia de la noche, con sus árboles esqueléticos y tristes en invierno, alineados en sus veredas aún vacías a esa hora de la mañana, y se imaginó en un tren, de aquellos que le recordaban pinceladas de su lejana niñez, marcando la ruta del camino recorrido con el humo negro de su chimenea que cubría de hollín a los pasajeros, y traqueteando a un compás monótono y cansino, roto por esos pitazos largos que anunciaban su presencia al llegar en los amaneceres a estaciones desoladas. Le pareció, entonces, de pronto, escuchar en el pasillo del vagón la voz grave, profunda y monocorde, como si a uno le hablara junto al oído, del mozo del coche comedor invitando al desayuno y, como si su espíritu se escapara de su cuerpo y se desdoblara, vio desde la altura a un niño en trajecito de marinero, con la nariz pegada a la ventanilla, maravillado con los campos sembradíos que desfilaban ante sus ojos, con los ríos que serpenteaban por los valles y cañadones, y con los puentes metálicos que al cruzarlos se hacían atronadores y sacudían al silencio. Y frente al niño a una linda y joven mujer de hermosos ojos verdes y cabello claro, enlazadas sus manos a las de un hombre de uniforme, tan joven como ella, moreno y de bigotes, que miraban al niño con cariño y ternura infinitas.
Golpeando sus oídos la noticia esperada rompió el mágico hechizo en que se habían sumergido sus pensamientos y lo rescató desde la profundidad de los recuerdos.
- Hace pocos minutos – decía el conductor matinal del noticiero – hemos recibido un comunicado telefónico sin confirmar de una supuesta organización, autodenominada “Democracia Directa”, atribuyéndose la protesta protagonizada anteayer en el Ministerio de la Previsión y convocando a una conferencia para horas de la mañana, de la que los mantendremos oportunamente informados.
- Repetimos – volvió a referir el conductor – que en las oficinas de nuestro canal se ha recibido un comunicado de una organización desconocida, autodenominada “Democracia Directa”, convocando a una conferencia de prensa y responsabilizándose de la manifestación de protesta protagonizada anteayer en el Ministerio de la Previsión, por una grupo de jubilados.
Faltaban escasos minutos para las ocho, y como todos los miembros de la Comisión Política habían quedado de reunirse a las nueve en punto en la oficina de Ricardo para partir juntos al lugar de la conferencia, Julio calculó que aún le quedaba más de media hora por delante.
Contando con un tiempo de anticipación más que suficiente para la hora de la cita, Julio hizo un rollo con la ropa de cama, dejando las sábanas al descubierto para que se ventilaran, luego fue hasta la cocina de la residencial a llenar de agua el termo y después de dejar todo medianamente ordenado salió a la calle enfundado en su chaquetón color tabaco y protegido con su gorro de piel sin visera, del mismo color, que solamente usaba cuando llovía o cuando la lluvia se anunciaba inminente.
Las diez cuadras, o poco más, que lo separaban de la oficina de Ricardo, las prefirió caminar, fumando su quinto cigarrillo, para dejar que su imaginación volara libremente pensando en las reacciones que causaría en las esferas políticas y en la opinión pública la declaración del movimiento.
- ¡Maldito vicio! – se dijo para sí, cuando a poco andar la colilla del cigarrillo casi le quema los dedos, pese a lo cual con la misma encendió otro.
En la oficina de Ricardo, donde Mariana había preparado café suficiente para que toda la Comisión se pudiera repetir hasta el cansancio, todo el ambiente era prisionero de una endemoniada agitación que disfrazaba una considerable cuota de nerviosismo ante la proximidad del encuentro.
Ya todo se había dispuesto: Jaime, acompañado de Roberto, Mariana y “Malala”, leería la declaración, y todas las preguntas, que recogería Mariana para después ser analizadas, se responderían con un “sin comentario” de “Malala” y con el compromiso de entregar más adelante una amplia información a los medios. El resto de la Comisión, con excepción del “Memo” Sessé, se distribuiría anónimamente entre el público, puesto que, según el razonamiento del “Alemán”, no había razón para que todos pudieran ser prematuramente identificados.
La misión del “Memo” consistiría en la vigilancia del lugar de la conferencia, que era visible desde la oficina de Ricardo. Desde allí, provistos de radio-trasmisores, estarían en comunicación él y el “Alemán”, para alertarlo de cualquier movimiento sospechoso que se apreciara en el entorno y que pudiera ser una amenaza para la directiva. No se podía descartar la posibilidad, pese a la sorpresiva rapidez con que se estaba procediendo, que el gobierno hubiera alcanzado a movilizar a sus servicios políticos de seguridad para detener a quienes en sus declaraciones previas acusaban de alterar el orden público.
Diez minutos antes de la hora señalada para la reunión con la prensa, la Comisión Política de “Democracia Directa” hizo abandono, en dos grupos, con un intervalo de tres minutos entre uno y otro, la oficina de Ricardo. Primero, fueron Julio, el “Alemán”, Ricardo, Tania, “Pancho”, Cristina, el “viejo” René y Carlos, con sus bufandas rojas rodeando sus cuellos, los que avanzaron abriéndose paso por ambas veredas rumbo al lugar de la convocatoria, en el centro de la cuadra del paseo peatonal ya abarrotado de periodistas y de una multitud de viejos que se aprestaba a vivir una segunda jornada de gloria. Después lo hizo la directiva, que por el centro de la calzada llegó hasta unos pasos de distancia de la entrada principal de la oficina de pagos, donde Juan Labra; el de las sopaipillas; se las había ingeniado para tener una tarima disponible, en la que Jaime se encaramó.
Rodeado de micrófonos, de fotógrafos que no cesaban de accionar sus máquinas desde todos los ángulos y de cámaras de televisión, Jaime, impecablemente vestido, y exhibiendo su brillante cabello cano que le daba esa elegancia y distinción tan propia de un caballero inglés, inició, con voz clara, fuerte y reposada, la lectura del documento preparado.
- Frente a las debilidades manifiestas que exhibe el sistema político imperante, y en defensa de los inalienables derechos ciudadanos conculcados, ha nacido a la vida pública “Democracia Directa”, organización recientemente constituida por quienes se sienten postergados, con los propósitos de defender a los indefensos y de luchar, sin claudicaciones, por una legislación que por sobre corrientes y banderías partidistas dignifique y proteja equitativamente a la masa ciudadana, y de luchar por un cambio estructural y moral que le devuelva a la política su intención social, su representatividad auténtica y la confianza del pueblo en el servicio público, única forma de mantener una pacífica y justa convivencia – comenzó diciendo, haciendo una breve pausa entre cada frase para dar mayor fuerza a sus palabras.
- Iniciamos el largo recorrido que nos espera sin hacer acusaciones ni descalificaciones personales ni ideológicas, limitándonos, por el momento, a denunciar, sin hacer concesiones ni aceptar como válidas excusas ni justificaciones, los males que nos aquejan, exigiendo de las autoridades encargadas de impartir justicia, de legislar y de administrar, la solución integral de ellas en cumplimiento cabal de sus promesas electorales y de sus obligaciones contraídas.
- Nos responsabilizamos de la protesta a que llamamos hace dos días como una señal de alerta sobre nuestra decisión inquebrantable, asumida junto a esa inmensa masa de “viejos olvidados” de la tercera edad; discriminados y sometidos a los arbitrios de una legislación injusta; de batallar por las reivindicaciones de los derechos básicos de todos los sectores desamparados de la sociedad, sometidos y relegados a una condición de ciudadanos de segunda o tercera categoría.
- No plantearemos a la autoridad otras peticiones por el momento que la de exigir el término inmediato de la creciente delincuencia y de la corrupción política........, o el reconocimiento pleno de su incapacidad para ponerles freno y acabar con ellas, y el estudio de un proyecto que establezca una renta estatal, digna y universal, optativa e incompatible con cualquier otra, que garantice a todo ciudadano, por el sólo hecho de existir, su derecho a la supervivencia,.
- Nos reservamos las prerrogativas, consagradas en la Carta Fundamental, de hacer nuevas peticiones a la autoridad, que exigiremos sean oportunamente atendidas.
- Firman la declaración: Jaime Mendoza Páez, presidente; Mariana Dupré Labastide, secretaria; y Roberto Barros Barrientos, tesorero.
Inmediatamente de terminada la lectura “Malala” comenzó a repartir el documento, mientras Jaime y Roberto se retiraban del lugar, hábilmente protegidos por una masa de jubilados que dirigidos por sus “capitanes” invadió el sector impidiendo deliberadamente el desplazamiento de los periodistas y de las cámaras de televisión. Entretanto “Malala”, acostumbrada como relacionadora pública a estas aglomeraciones, monótonamente iba respondiendo a las preguntas con el acordado “sin comentario”, mientras Mariana intentaba anotar taquigráficamente las preguntas que surgían desde todos los sectores.
A las diez horas y diez minutos la Comisión Política, utilizando diferentes vías para llegar, se hallaba íntegramente de regreso, reunida en la oficina de Ricardo, celebrando el éxito de esta verdadera operación “comando” de difusión, en la que aparecieron de la nada y se esfumaron sin dejar rastro.
Jaime, era el centro donde convergían los comentarios y las felicitaciones por su elocuencia, y por su llamativa y mesurada formalidad asumida en los instantes cruciales, en que el nerviosismo consumía a los demás.
Ahora había que esperar las noticias de los medios y las reacciones políticas frente al comunicado que había comenzado a difundirse, según el “Memo”; que desde su punto de observación mantuvo en todo momento el televisor encendido; con despachos al minuto desde el mismo lugar de la conferencia.
Julio consultó por las preguntas y Mariana respondió que solamente había alcanzado a cazar algunas al vuelo, en medio de la avalancha que sobrevino al finalizar la conferencia.
La mayoría de las preguntas eran de conocidos periodistas mediocres, que no se destacaban precisamente por su inteligencia, y que los medios utilizaban para reportear rumores “amarillos”, fueron desestimadas por su contenido insulso y poco consistente, más interesados en el impacto comercial que noticioso de un acto poco común e inesperado llevado a cabo por una masa senescente, sin fuerza ni destino, como despectivamente lo tildó el día anterior un comentarista en su columna de un vespertino, restándole seriedad al acto y transformándolo en un incidente jocoso, y hasta simpático, acompañando su observación con una caricatura de humor negro en la que aparecen unos ancianos junto a una tumba abierta reclamando por un mejor futuro.
Las preguntas de mayor contenido las planteó, sin embargo, según dijo Mariana, una periodista muy joven.
- Yo diría – agregó - que era una estudiante en práctica la que consultó si la protesta obedecía a una acción partidaria de oposición; si creíamos que el gobierno prestaría oídos a nuestras demandas; y si continuaremos llamando a nuevas “huelgas de jubilados” - como ya se había dado en llamar en los medios a la protesta.
Sin lugar a dudas, como argumentó Julio, era necesario esperar las reacciones de las instancias políticas antes de emitir una declaración más amplia, como se había prometido.
- Ya estamos en el aire, como diría un director de televisión – apuntó Ricardo, aún con la adrenalina excedida en sus niveles.
- Es indudable que hemos conseguido el segundo propósito, pero creo que no debemos dejarnos llevar por un triunfalismo pasajero – acotó Carlos, con una prudencia poco común a su carácter.
- Podríamos almorzar en “Los Ladrillos” y dedicar la tarde a estudiar los pasos siguientes – propuso “Pancho” –. Yo invito el “rancho” y ustedes pagan el “bebestible”.
- ¡Aprobado! ¡Aprobado! – Respondieron todos al unísono, como si hubieran estado de acuerdo esperando la invitación.


No hubo sector de la sociedad que no fuera consultado por los periodistas sobre la opinión que les merecía la llamada “huelga de los jubilados”.
En los programas políticos, en los de la farándula, en los misceláneos, en los deportivos, en los de conversación, en los de encuestas callejeras y en toda oportunidad en que hubiera audiencia estuvo siempre presente la alusión a la conferencia y a la inusual protesta.
Aunque no faltaron quienes la calificaron de “tontera” intrascendente, de broma de estudiantes o de simpática pilatunada, hubo también quienes opinaron con prudencia y otros que adujeron como justas las demandas y solidarizaron con el movimiento. Los políticos, sin embargo, tuvieron variadas reacciones pero todos, sin excepción, calificaron el acto como preocupante, sin pronunciarse con un lenguaje claro y comprensible que los comprometiera negativamente con una no despreciable masa electoral, como es usual entre quienes han hecho de esta actividad una lucrativa profesión.
Un senador oficialista señaló que la situación de los jubilados era un tema siempre presente en la agenda del gobierno, lo que corroboró el Ministro de Interior, agregando que era beneficioso para la “democracia” que se plantearan los problemas a la autoridad, siempre que fuera por los canales adecuados y no mediante presiones indebidas.
- Ministro, ¿qué le parece el nombre “Democracia Directa”? - preguntó una avezada periodista, cuya presencia reporteando llamó la atención tanto al Secretario de Estado como a los jóvenes profesionales que hacían sus primeras armas en terreno.
- Me parece bien. Creo que es una buena y novedosa forma de identificarse – se escurrió hábilmente el Ministro, pero la periodista reaccionó rápidamente y le bloqueó la puerta de escape.
- ¿No cree usted que el nombre encierra más que una simple forma de identificarse?
- ¿Y qué podría encerrar? – respondió el Ministro, encogiéndose de hombros con displicencia.
- Una crítica al sistema, por ejemplo.
- Los que critican a la democracia son unos pocos que viven en el pasado, añorando la dictadura. Nadie, en su sano juicio, desearía volver a esa época negra. La democracia es el gobierno del pueblo.
- La “Madama” algo sabe o algo busca – le comentó por lo bajo un periodista de televisión a un colega de una radioemisora de oposición, refiriéndose a la conocida y experimentada periodista.
- Pero don “Pepe” es resbaloso y no se dejará atrapar – respondió éste en un susurro
- Apuesto a que la “Madama” no lo soltará – insistió el de la TV.
Como confirmando las palabras del “apostador”, la periodista repreguntó de inmediato.
- ¿Por el pueblo y para el pueblo, Ministro?
- No olvide usted que nuestra democracia es representativa – contestó el Ministro, eludiendo ser más directo. Pero la periodista insistió.
- Una crítica al sistema no es necesariamente una crítica a la democracia. ¿No podría ser una crítica a una democracia que no es lo suficientemente representativa?
- Lo siento, mi amiga - cortó el Ministro –, pero no puedo especular sobre el significado del nombre elegido por este nuevo movimiento.
- ¿Y sobre las peticiones? – intervino una joven, la misma que a Mariana le pareció alumna en práctica.
- En pedir no hay engaño, señorita – apuntó el Ministro escurriéndose y dando, de hecho, por terminado el acoso periodístico.
Sobre una respuesta a la petición específica de establecer una renta estatal garantizada, que los políticos en general eludieron, el público en su conjunto la estimó justa y necesaria - Acabaría con la mendicidad – fue la respuesta más recurrente.
Con relación a la exigencia de poner freno a la creciente delincuencia, hubo un señor de edad madura que, entrevistado por todos los canales por la virulencia de sus respuestas, acusó a las autoridades de incompetencia, de incapacidad, de negligencia y de incumplimiento del deber constitucional de garantizar la seguridad a toda la ciudadanía.
- Vivimos encarcelados en nuestras propias casas – acotó, con indisimulada furia –, llenos de candados, rejas y alarmas, y temerosos hasta de salir a la calle a comprar alimentos.
- Afrontamos los problemas en la medida de la escasa disponibilidad de recursos – señaló el vocero del gobierno –, pese a lo cual las estadísticas demuestran una disminución en los delitos.
- Los esfuerzos que se han hecho no han sido los suficientes. No hay una estrategia coherente y efectiva diseñada a largo plazo. No hay metas ni objetivos – replicó un político de oposición, aprovechando la coyuntura.
- El gobierno argumenta falta de recursos – le observó uno de los entrevistadores.
- Puede ser – contestó el político –, pero los que se invierten no se condicen con los resultados.
Sin duda alguna nadie se sintió ajeno a la protesta y a la conferencia de “Democracia Directa”, y la mayoría del público, tanto moros como cristianos, alabaron la movilización, compartieron la enérgica declaración y estimaron como justas las demandas.
El tema de la corrupción, puesto de nuevo en el tapete de la actualidad cuando todo comenzaba a diluirse sepultado por la intrincada madeja del “politiqueo” y de la burocracia judicial fue, desde luego, el plato principal del festín periodístico. Con el aperitivo de las indemnizaciones “brujas”, precedida por una serie de negociados oportunamente acallados, y continuada por la seguidilla de cubiertos aderezados con las coimas, el soborno, los sobresueldos “fraudulentos” y las estafas a las arcas fiscales, volvieron a despertar el interés de la opinión pública, rescatada por la declaración de “Democracia Directa” como una demostración de que son materias no olvidadas, muy bien guardadas en la memoria de los más desamparados, pese a los intentos de toda la clase política por bajarle el perfil a los hechos, de tal manera de no aumentar su propio desprestigio.
- No hay que exagerar – manifestaba en su oportunidad un distinguido personero de gobierno, refiriéndose a los sobresueldos -. No estamos hablando de corrupción, sino de un modo administrativo que no fue el adecuado para resolver los casos. En mí opinión es erróneo hablar de sobresueldos, debería hablarse de una asignación para que los cargos puedan ser ejercidos con la dignidad debida.
- ¿Con cargo a qué? – preguntó en aquella ocasión la periodista.
- Con cargo a “Fondos Reservados”, que son los más parecidos a los fondos de libre disposición – respondió con seguridad el funcionario.
Las investigaciones posteriores dejaron, sin embargo, al descubierto toda una enmarañada red para encubrir el origen fraudulento de los dineros.
Parecía que de pronto, al hablar públicamente de corrupción, todos los entes políticos habían recobrado mágicamente la memoria perdida entre los truculentos tratos suscritos a puertas cerradas, entre cuatro paredes.
Los actores sociales comprendieron que la memoria colectiva de la ciudadanía no había olvidado, pese a las rebuscadas explicaciones y justificaciones de partidos y autoridades, que “Democracia Directa”, interpretando el sentir mayoritario de la nación, había declarado tajantemente no aceptar.
El periodismo, el viejo periodismo, aquel al que pertenecía Orozimbo Benavente, el ejercido por vocación social y no por dinero, comprendió que debía retomar la ruta que lo erigió en el llamado cuarto poder, para recobrar la confianza de la ciudadanía y volver a ser el instrumento protector de la moralidad pública y de los más desamparados.
No tardaron en surgir destacados columnistas que acertaron a comprender el impacto que había tenido el nuevo y original movimiento, destacando la necesidad de transformar los temas de la delincuencia y de la corrupción en prioritarios y de interés y preocupación nacionales, exigiendo a las autoridades ejecutivas, legislativas y judiciales su solución inmediata e integral.
El columnista que festinó la protesta, hidalgamente reconoció haber errado en su apreciación, y rectificó, y el ciudadano anónimo, común y corriente, alabó la valentía de los “viejos” que salieron a la calle a protestar.
Hubo, también, otros sectores que se plegaron a las alabanzas, entre los que destacó la juventud estudiantil, para sorpresa de todos. Políticamente desmotivados, desinteresados en un sistema al que calificaron sin representatividad, y autoritario por sus normativas excluyentes, limitantes, discriminatorias y represivas, elogiaron la singular movilización.
- ¡Esos “viejos” valen “plata”! – señaló uno.
- Yo me siento identificado con ellos, porque soy un desamparado – dijo otro.
- Era hora que alguien protestara y reclamara conciencia social a los políticos y les hiciera entender que la “torta” no es para que se la repartan entre ellos, sino que todos tenemos derecho a un pedazo. Me parece muy bien y justo lo de la renta estatal – manifestó un tercero.
Cada vez que el tema se consultaba al público, en la calle se producía de inmediato una aglomeración donde todos querían opinar para respaldar el movimiento.
Los foros televisivos y radiales no se hicieron esperar, y en ellos comenzaron a surgir, aunque con mucha prudencia, los cuestionamientos al sistema y a sus instrumentos, y lánguidas y superficiales propuestas reformistas.
- Son sólo “aspirinas” que no curaran al enfermo – masculló socarronamente el “Alemán”. Y así lo entendió toda la ciudadanía.
El germen de la revolución del tercer milenio había sido inoculado en la conciencia de toda la nación.

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Continuará

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