viernes, 15 de agosto de 2008

LA REBELIÓN DE PLATA: CAPÍTULOS III, IV Y V

"LA REBELIÓN DE PLATA" (CONTINUACIÓN)
CAP. III: EL NACIMIENTO.

Ricardo, después de saludar efusivamente a todos los presentes, tomó asiento en el amplio sofá de cuatro cuerpos adosado a la muralla, bajo la réplica de un cuadro alegórico a la libertad, junto a Jaime y a Tania, iniciando una animada conversación, medio en serio y medio en broma, sobre el renacer revolucionario, mientras el anfitrión, desplazando una mesita de cóctel con ruedas, ofrecía café de grano, dulces campesinos y panecillos de hoja. En Ricardo, su impuntualidad era una costumbre y, como siempre, había sido el último en llegar a la reunión en la casa del “Alemán”.
Julio, deseoso por empezar, agitó, pidiendo silencio y atención, una campanilla de cobre, que entre figuras de bronce que recordaban el pasado militar del “Alemán”, descansaba en la repisa de la chimenea, entre dos diminutas réplicas de viejos e históricos cañones de campaña. Todos callaron.
- Sé que les podrá haber parecido extraña ésta reunión convocada con tanta urgencia – comenzó diciendo – y no me cabe duda que cuando conozcan la razón de ella, no solamente les parecerá extraña, sino que también creerán que estoy loco, como le pareció a Ricardo en un comienzo, cuando le planteé el motivo a grandes rasgos. En todo caso, si la puesta en práctica del proyecto, que en el terreno de una simple idea les he anticipado en términos generales, no “prende”, la reunión habrá servido para reencontrarnos y evocar, como viejos tristes, amargados y resignados, nuestras mejores épocas de gloria.
El “Alemán” carraspeó y Tania dibujó en su agraciado rostro una hermosa sonrisa. Jaime y Ricardo permanecieron inmutables.
- No voy a hacer historia – continuó Julio – pero es necesario recordarles algunos pasajes importantes de nuestras existencias para comprender en mayor profundidad lo que me propongo. Hasta 1973 no nos conocíamos y, si no hubiera sido por los trágicos sucesos que en ese año se desencadenaron, es posible que nuestros caminos jamás se hubieran cruzado en las dramáticas circunstancias que lo hicieron. Pese a que nos encontrábamos en trincheras opuestas, ello no fue obstáculo, sin embargo, para que superáramos las murallas ideológicas; para que no nos arrastrara la corriente de la intransigencia que condujo a los bandos a las negras profundidades de los laberintos de una guerra sucia; y, para que pudiéramos emerger limpios de la maraña de un politiqueo vandálico e inicuo, que transformó en irreconciliables las más puras corrientes del pensamiento buscando el poder por el poder. Todos; el “Alemán”, Jaime, Tania, Ricardo y yo; éramos torpes e ilusos jóvenes idealistas que fuimos engañados por la verborrea demagógica de políticos profesionales acostumbrados a utilizar en su beneficio los valores, supuestamente sagrados, que la sociedad desde la cuna nos impuso. Creímos, con inocente sinceridad, en líderes con pies de barro que hacían ostentación de su vocación de servicio público predicando, con la barriga llena, la defensa y los derechos de los más desposeídos.
Julio, hizo una pausa para beber un sorbo de café y para encender un nuevo cigarrillo, y guardó un largo momento de silencio que los demás aprovecharon para arrellanarse en los sillones en una actitud que demostraba el interés que el discurso había comenzado a despertar, como un signo inequívoco que había logrado tocar las más íntimas fibras de una otrora rebeldía insatisfecha, estimulando los recuerdos adormecidos por el tiempo
- No podemos negar – continuó Julio, retomando el hilo de sus palabras – que ahora, que todos hemos superado la barrera de los sesenta años, nos es más fácil comprender cómo fuimos utilizados; cómo fuimos manipulados; cómo se nos hizo creer que, por pensar distinto, nuestros hermanos eran nuestros enemigos; cómo se nos llenó de odio, de resentimiento y se nos impulsó al enfrentamiento fratricida. Baste recordar a los integrantes de las cúpulas partidistas enfrascadas en encendidas arengas incitando a la violencia, cada cual desde sus amuralladas defensas, destruyendo lo mismo que decían defender.
- Cada uno de nosotros, al margen de quienes fueron ganadores y quienes perdedores, luchó con honestidad por lo que creía, o por lo que nos hicieron creer, para regresar de nuevo a ese otrora presente; porque es eso lo que nos ha sucedido, hemos regresado porque el presente nada tiene que envidiarle a ese pasado que nos enfrentó; agravado por una ambigüedad de valores sólo comparable a la que se vivió en el mundo a fines de los años sesenta y comienzos de los setenta del siglo pasado. Restablecimos, creamos, o contribuimos a crear, instituciones que el país consideraba necesarias para una sana convivencia, y hoy vivimos oprimidos bajo el imperio dictatorial de esas mismas instituciones. Somos testigos, como lo fuimos en el pasado, de que nada ha cambiado radicalmente y que, más aún, las diferencias se han profundizado. La iniquidad, el temor, la inseguridad social, la falta de libertades, la opresión, la discriminación, la corrupción, el nepotismo y el desamparo siguen presentes, afectando especialmente a la numerosa e indefensa clase media; la única clase que no está y que jamás ha estado protegida; y a los ya ancianos que nos vamos consumiendo a la velocidad del tiempo.
No podríamos decir si fueron los leños que crepitaban ardiendo en la chimenea, el café cargado; dulce o amargo; o las apasionadas palabras de Julio, lo que paulatinamente temperó el ambiente, pero si podemos afirmar que la sangre caliente, ahora entibiada por los años, que circulaba por las venas de los “viejos” reunidos, comenzó de nuevo a calentarse como en las mejores épocas de sus tiempos mozos.
- No quiero – agregó Julio, bajando el tono de su voz que se había elevado como si se encontrara en una tribuna – cansarlos con mis palabras sin antes darles a conocer mi propuesta. Solamente permítanme decirles que el sentimiento de rebeldía que me embarga es el resultado liberador de un largo proceso de injusticias que oprimen y subyugan a la sociedad.
Julio, volvió a guardar un prolongado silencio, demorándose, intencionalmente, más que de costumbre, en encender un nuevo cigarrillo. Nadie se movió un milímetro de sus asientos, ni rompió el silencio en una espera anhelante del anuncio que se avecinaba.
- Queridos amigos – dijo Julio, retomando la palabra –, quiero proponerles que nos unamos por sobre nuestras diferencias ideológicas que antaño nos separaron; que hagamos coincidir nuestros reclamos universales para llevar a la práctica lo que fueron nuestros sueños juveniles inconclusos; que hagamos valer nuestros derechos conculcados; que recobremos la dignidad perdida. Amigos, quiero invitarlos a que volvamos a vivir haciendo renacer nuestra justa rebeldía, fortalecida por la prudencia que emana de la experiencia; que abandonemos nuestros lechos de enfermos, nuestra conducta timorata y que revitalicemos con los ideales de antaño nuestros cuerpos; que protestemos contra el acoso y la segregación de una sociedad injusta; que denunciemos la opresión y el atropello con la fuerza que surge de nuestras más profundas convicciones. Quiero convocarlos a que nos obsequiemos con una nueva y última oportunidad para hacer realidad nuestros frustrados sueños e ideales por los que tantos anónimos jóvenes, y otros con quienes compartimos y cuyos nombres ya hemos olvidado, dieron sus vidas en la plenitud de sus existencias. ¡Quiero que hagamos la revolución del tercer milenio! – lanzó, finalmente, Julio su propuesta.
El silencio que invadía la sala se hizo tenso. Parecía que nadie quería romper la secuencia de sus recuerdos personales que las palabras de Julio les había hecho rememorar. Cada uno de los presentes, desde diferentes perspectivas, evocaba las imágenes pletóricas de un obcecado espíritu de lucha que desfilaban por sus mentes, desde cuyas profundidades emergían las figuras de líderes juveniles y de anónimos combatientes, vestidos con tenidas militares o uniformes de un caribeño verde olivo, que no alcanzaron a llegar a la plenitud de la edad adulta.
- ¿La revolución? – fue la pregunta que revestida de perplejidad surgió, primero, algo temerosa, tras el prolongado silencio en el que afloraron los recuerdos, para seguir después con la explosión al unísono de desordenados comentarios que el alboroto hizo ininteligibles.
Julio, esbozando una amplia sonrisa, tuvo que volver a tocar reiteradamente la campanilla hasta lograr poner un cierto orden en el caótico ambiente creado por tan reducida asamblea, en la que solamente Tania había guardado una silenciosa y meditabunda compostura.
- ¿Pero qué revolución podríamos hacer nosotros si somos un montón de viejos? – dijo el “Alemán”, que era el de más edad y el más “achacoso”, y al que Julio, al igual que a los demás, con la excepción de Ricardo, sólo le había anticipado la idea pero no la forma.
- Lo que es yo, no sería capaz ni de cargar una mochila – agregó Jaime.
- ¿Y qué decir de disparar un fusil o de pasar la noche en un campamento, a la intemperie? – volvió a intervenir el “Alemán”.
- O de una caminata por los faldeos cordilleranos o por las zonas selváticas del sur – añadió Jaime.
- Si bien es cierto que hay razones de sobra para hacer una revolución, no es menos cierto que esa es una tarea de jóvenes. No creo que a nuestras edades estemos para esos “trotes” – insistió de nuevo el “Alemán”.
- Un momento – dijo Tania, alzando la voz para imponerse como pocas veces lo hacía –, creo que nos estamos adelantando. J.L. – agregó, refiriéndose a Julio – ha hablado de revolución, y pareciera que nosotros inconscientemente asociamos la palabra con el enfrentamiento guerrero, pero revoluciones pacíficas han habido muchas, aunque los intentos hayan fracasado. Hasta el momento él no se ha referido a nada violento. Además, no creo que su pretensión sea formar una guerrilla encabezada por un grupo rebelde en los límites de la senectud, para enfrentar al gobierno y al ejército. Bastante experiencia tenemos de aquellas aventuras.
- Tania tiene razón – intervino Julio –. La revolución que les propongo tiene otra estrategia y otros objetivos, y está más apegada a las formas de resistencia pacífica del Mahatma en la India que a la de Fidel y a la del “Che” en la Sierra Maestra, y más alejada a la que José Miguel quiso imponer en estas tierras. Y también tiene otras perspectivas y otras dimensiones, pues la idea es que esté por sobre los ideologismos y los idealismos etéreos. Nuestra revolución tiene que ser pragmática, aglutinadora, real, y debe levantar banderas de lucha bajo nuevas consignas que no la asocien a la violencia, pero sí a la decisión inquebrantable de construir esa ansiada y hasta ahora utópica nueva sociedad.
- ¡Te desconozco! ¿No eras tú el que rompía lanzas persiguiendo quimeras que pretendías imponer por la razón o por la fuerza? – le retrucó Jaime.
- La experiencia y los años algo, que se llama prudencia, tienen que dejarnos en nuestro beneficio – sentenció Julio.
- Creo que podríamos esperar, antes de discutir, a que J.L. nos amplíe su propuesta revolucionaria – terció Tania nuevamente, y agregó –. Yo encuentro que sus argumentos son interesantes pues también, en más de una ocasión, me he sentido segregada, oprimida, sojuzgada, y en esas ocasiones la sangre me hierve de impotencia.
Para Julio era evidente que en Tania había encontrada una aliada y que sus planteamientos habían logrado inocular el “bichito” renovador de la rebeldía, y no perdió la oportunidad para volver a intervenir.
- La teoría básica de ésta revolución del nuevo milenio – comenzó diciendo – debe fundamentarse en el rechazo enérgico a la universalidad de los males que atañen a la sociedad, sin dejar espacios para los rencores personales, y en el porqué somos los llamados a emerger como la única fuerza capaz de desterrarlos para siempre, comenzando por proclamar que nuestros primeros objetivos son los de conquistar los derechos naturales inherentes al ser humano en su condición de tal, siguiendo con el rechazo a la violencia y a sus agentes provocadores, para continuar haciendo públicas nuestras denuncias y nuestros reclamos llamando a movilizaciones pacíficas de protesta primero, y a la desobediencia enseguida, si éstas no son escuchadas. ¡He ahí nuestro punto de partida!
El “Alemán”, hizo un gesto apenas perceptible de asentimiento; Jaime, aprobó con cierto entusiasmo la postura; Tania, lo hizo con su reconocida y cerebral mesura; y Ricardo, rompiendo su silencio aplaudió, en un arrebato de imprevisto entusiasmo, las palabras de su viejo amigo.
Con el compromiso de trabajar en la idea todo el fin de semana acordaron reunirse en la casa-quinta de Jaime y Tania, en el sector oriente de la ciudad, para que cada uno tuviera el tiempo suficiente para estudiar con mayor profundidad los pro y contra de la propuesta, su conveniencia, sus expectativas y el aporte de nuevas ideas y experiencias vividas que avalaran los reclamos, todo dentro de un universo macro, marco de acción. A la reunión cada uno podría invitar a participar a uno o dos viejos amigos, de aquellos que fueron entusiastas luchadores en su juventud y que, a la vez, fueran de su personal confianza, de características similares, con ideas afines y declarados enemigos del sistema, como una forma de ampliar el grupo original de fundadores, si el proyecto se concretaba.
La reunión, que había comenzado alrededor de las siete de la tarde, se prolongó hasta pasada la medianoche en medio de una animada conversación que siguió a la concepción del singular movimiento revolucionario, matizada con unas tablas con queso y jamón ahumado, acompañadas con papas fritas, aceitunas amargas, de unas exquisitas botellas de vino tinto; que trajeron Jaime y Tania desde sus bodegas; y uno que otro trago fuerte combinado con alguna bebida gaseosa.

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CAP. IV: EL SUCUCHO.

De regreso en el “sucucho”; como Julio acostumbraba a llamar a la antigua habitación de altos muros, en verano demasiado fresca y en invierno exageradamente fría, que arrendaba en la pensión de la vetusta casa de dos pisos de la calle Expósitos, pasado la ancha avenida Latinoamericana; y tal como se lo había propuesto, comenzó por recoger en unas cuartillas y a grandes rasgos lo conversado y acordado en la casa del “Alemán”, de tal forma de conservar por escrito un testimonio histórico del origen del movimiento que su generosa imaginación de escritor de novelas de ficción ya vislumbraba como el que estremecería al país hasta sus cimientos.
- ¡Que contradicción! - se dijo, meditabundo, antes de ponerse a trabajar en el bosquejo del borrador de la que sería el acta de la primera reunión que echaba las bases del movimiento revolucionario recién concebido, al pensar que esa gran casa; transformada en albergue de viejos marginados; que con seguridad vio épocas de abundancia en manos de alguna familia de pudientes propietarios, hoy regentada por algún descendiente empobrecido de su dueño original, que para sobrevivir arrendaba por piezas sus habitaciones que en un pasado de esplendor no lejano fueron elegantes salones alfombrados y centro de reuniones de una aristocrática sociedad, poderosa, distinguida y refinada, estaba a punto de ser la cuna oficial en que daría su primer vagido documentado un nuevo y original movimiento, animado por un espíritu rebelde dispuesto a llevar a cabo una gran transformación social, nunca antes vista ni imaginada por políticos avasalladores, prepotentes y hasta corruptos. ¡Que sorpresa les esperaba!
Julio se mantuvo despierto toda la noche, alimentado por un estado de sublime excitación, y trabajó sin descanso, interrumpiendo su labor solamente cuando el frío calaba sus huesos y debía levantarse y pasearse para desentumecer sus extremidades casi congeladas. No tenía café, pero no le importaba, le bastaban los pocos cigarrillos que aún le quedaban y que había atesorado fumando en la reunión casi siempre los que Tania y Carlos, ambos fumadores como él, le ofrecían.
Después de pasearse de una pared a la otra volvió a sentarse bajo la luz amarillenta de la única ampolleta que colgaba desde el alto cielo oscurecido del aposento, hasta donde no llegaban, como tampoco alcanzaban a llegar hasta los tenebrosos rincones, los haces luminosos, limitados por el perímetro de la amplia y redonda pantalla.
La imagen, inclinada de Julio sobre la mesa, donde caía perpendicular el único haz de luz al igual al que proyecta un foco sobre un escenario siguiendo al actor principal, era patética, pero, al mismo tiempo, el sueño de un pintor o de un fotógrafo profesional, artistas en el blanco y negro.
Cuando comenzaba a clarear, filtrándose por entre las junturas de las deshilachadas cortinas que cubrían la ventana la primera luz del día, Julio terminó el acta de fundación que, aunque fuera modificada por la pequeña asamblea de constituyentes, se proponía conservar como el documento borrador del original.
Solamente tres puntos le quedaban por afinar para incorporarlos a la tabla de la próxima reunión: primero, el reclutamiento futuro de nuevos militantes; segundo, la elección de los objetivos universales que se arrastraran en el tiempo y que afectaran principalmente a la sufrida clase media y a la tercera edad; y, tercero, una estrategia a seguir para llamar a una movilización experimental de protesta.
En cuanto al punto primero Julio pensó que ya se había dado el primer paso con la invitación a los amigos que cada uno cursaría para asistir a la próxima reunión. Él tenía a varios postulantes, pero se quedaría con “Pancho”, un viejo deslenguado, histriónico, simpático, agradable y cariñoso, que bien podría ser el anfitrión de las reuniones en su cálido y criollo restaurante familiar, en el sector sur de la ciudad. Además, lo había elegido porque, sin haber participado activamente en la alborotadora política de los años setenta, siempre había sido un derechista cercano al centro del espectro, moderado, prudente, consecuente con sus creencias y transigente en su postura, aunque en su carácter era totalmente lo opuesto. En su compañía no era posible la tristeza. A Cristina, en cambio, la invitó a unirse al grupo porque, en oposición a “Pancho”, había sido intransigente como parte activa de la izquierda extrema, y su desilusión, por las cómodas conductas asumidas después de la intervención militar por los líderes a los que en su juventud siguió con devoción suicida, había sido tremendamente golpeadora para ella. Cristina, había sido una activista juvenil de los años setenta, seguidora del pensamiento revolucionario de José Miguel que hoy, después de tres fracasados matrimonios, era una afortunada publicista que se empinaba por sobre los cincuenta años y que, pese a que superficialmente se había aburguesado, jamás había abandonado sus principios que se cuidaba de guardar muy bien, ocultos entre sus secretos insatisfechos de juventud.
Para el segundo punto existía una variada gama de temas insolubles que agobiaba a la masa ciudadana mayoritaria del país. La delincuencia era, por ejemplo, un problema que ningún gobierno con sus apéndices policiales y jurídicos había sido capaz de solucionar, pero Julio pensó que la amplitud del problema, que en principio debía plantearse como bandera de lucha, debía ser aún más universal. La “cacareada” igualdad ante la ley era, sin lugar a dudas, un tema propicio como para denunciar con pruebas reales que tal igualdad no existía, y que jamás había existido, como lo eran, también, la llamada democracia representativa, restringida en beneficio de las camarillas y cúpulas partidarias; la discriminación, en todas sus más simples expresiones; la libertad; la oprobiosa marginación social de vastos sectores ciudadanos; la salud y la educación selectivas; la previsión; y, en resumen, la vulnerabilidad de los más elementales derechos del hombre. El breve análisis lo condujo a pensar en sugerir como objetivo principal de lucha el tema global de los derechos ciudadanos inalienables conculcados.
El punto tres, referido a la estrategia, era, a su juicio, el más importante, puesto que de su éxito o fracaso dependería la supervivencia del movimiento. En su planificación jugaría un papel de vital importancia el “Alemán”, experto en esa materia.
Julio comprendió de pronto que se estaba dejando llevar por sus propias inquietudes, largo tiempo constreñidas, que desordenadamente pugnaban por romper con las barreras que las cercaban. Advirtió, entonces, que era la prolongada soledad que comenzaba a presionar sobre sus sentidos, conduciéndolo por los inescrutables caminos que su afiebrada imaginación creaba para satisfacer sus propios deseos.
El día había amanecido gris, abochornado y triste, como aquellos que acostumbran a despertar a las poblaciones marginales. Por los vidrios de la única ventana de la habitación se deslizaba, transformada en gotas de agua, la escarcha, al reanimarse sofocada por el escaso calor acumulado en su interior durante la noche.
Julio, pensó en bajar a la calle por un café, pero el sueño que había huido de pronto, sin aviso, había regresado en forma de modorra. Se acomodó, entonces, entre las sábanas, y haciéndose un ovillo para que el calor no se le escapara se sumergió en sus fantasías hasta que el cansancio lo arrastró a un profundo sueño.
Aquella fue una de las contadas veces, en los últimos cinco años, en que durmió bien y en que tuvo un descanso verdaderamente reparador. Sobresaltado y desorientado abrió los ojos cuando su anticuado reloj despertador a cuerda marcaba las seis, que en un principio creyó que eran de la mañana cuando ya era el atardecer. Había dormido ocho horas de corrido y tardó, en la penumbra de la habitación oscurecida, en volver a la realidad.
No había comido nada desde la noche anterior y sentía un hambre voraz, pero en su escuálida despensa no había nada fuera de unos sobres de té y algo de azúcar y, naturalmente, el agua que acostumbraba a dejar en el termo se había enfriado. Se levantó y hurgó en sus bolsillos en busca de algo de dinero sin encontrar nada, salvo algunas desperdigadas monedas que, a lo sumo, le alcanzarían para dos o tres panes y para una sopa individual, cuando, inesperadamente, para su sorpresa, palpó en uno de los saquillos interiores del chaquetón algo que le pareció eran billetes. Inexplicable e inconscientemente asoció en sus recuerdos al dinero con el día en que Tania le había hecho saber, tiempo atrás, que le gustaría tener un ejemplar del libro que había escrito sobre la historia del Partido de la Revolución y él, aprovechando la reunión en la casa del “Alemán”, se lo había llevado, entregándoselo con una cálida dedicatoria. Ella le había preguntado por su valor, pero él le había insistido en que era un obsequio. Luego le había recibido su cazadora y más tarde ella misma se la había entregado, con esa natural y usual sonrisa de complicidad con que acostumbraba a hacerse parte de los secretos, sin proferir palabra.
Eran diez billetes de mil pesos cuidadosamente doblados los que tenía entre sus manos. Una verdadera fortuna.
Con una dolorosa sensación que le oprimía el pecho comprendió la verdadera dimensión de su trágica miseria, pero Tania no tenía culpa, y conociéndola, sabía que no era su intención aparecer como generosa o compasiva, sino como solidaria con el amigo que pasaba por momentos poco afortunados.
No tenía salida, y aunque las lágrimas de dolor que porfiadamente procuraban salir, trocadas en lágrimas de rebeldía, le humedecían los ojos, sentía que debía enfrentar con valentía su cruda realidad. Ya llegaría el momento en que el sino de su destino cambiaría, y hacia ese norte pensó que se hallaba encaminado.
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CAP. V: BAJO LOS PEUMOS CENTENARIOS.

En los faldeos mismos de un cerro en los contrafuertes cordilleranos, veinte kilómetros al oriente de la capital, entre un bosque de Peumos, Quillayes, Cipreses y Espinos, en medio de una zona tapizada en primavera por vinagrillo y culle colorado, se alzaba la colonial casa-quinta donde Jaime y Tania habían echado sus raíces. Hasta ella, siguiendo las indicaciones cuidadosamente detalladas en un plano que cada uno oportunamente recibió, fueron llegando los invitados. Julio, el “Alemán” y Ricardo habían sido en reiteradas ocasiones convidados por la pareja al hermoso y exuberante lugar, pero siempre, por una u otra razón, las reuniones no se habían concretado, posponiéndolas repetitivamente para otra oportunidad, que hasta ese día no había llegado.
Siguiendo un camino lateral de tierra apisonada que nacía a poco de terminar la moderna y asfaltada carretera principal, y que avanzaba por entre una frondosa arboleda, se llegaba hasta un portón de dos sólidas puertas de madera tachonadas de gruesos y toscos clavos coloniales, que daba acceso a la antigua y amplia propiedad.
Deliciosamente restaurada, la finca, a la que le antecedían sendas tinajas de greda enclavadas a ambos lados del portón; de aquellas que en los tiempos de la dominación española se usaban para acopiar agua en prevención de eventuales incendios y que ahora, a comienzos del tercer mileno, eran solamente adornos en los que la tierra de hoja había reemplazado al vital líquido y desde cuyas bocas emergían desordenadamente manojos multicolores de flores silvestres; transportaba al visitante de la artificial selva de cemento de la ciudad a la agreste y natural realidad de la montaña.
La camioneta algo destartalada, que “Pancho” usaba para comprar los bastimentos de su restaurante, entró refunfuñando por el esfuerzo. Rodeó la estatua de una Venus, que en el centro del amplio patio marcaba las vías de ingreso y de salida, y enfiló hacia el estacionamiento de vehículos en una zona techada que rompía con la característica añosa del entorno, al costado izquierdo de la entrada, siguiendo las señas que le hacía Jaime desde la arcada que a la derecha daba acceso a un largo pasillo con barandas esculpidas en madera y cubierto, pero a más baja altura y con un pronunciado declive, por un colorido tejado color ocre, como el resto del techado de la casa principal.
Julio, reconoció de inmediato el auto sencillo del “Alemán” y el llamativo y anticuado modelo deportivo de Ricardo, a los lados del Mercedes gris de los dueños de casa, pero no identificó un moderno “Mazda” y una camioneta cerrada, de doble tracción, con varias corridas de asientos. Él, junto a “Pancho” y Cristina, eran los últimos en llegar, aunque antes de la hora convenida.
Jaime salió a su encuentro saludándolo afectuosamente, así como a sus acompañantes, a los que Julio presentó. Luego, bordeando el pasillo, mientras “Pancho” hacía alusión a la limpieza del aire y a la quietud campestre que rodeaba el lugar, se dirigieron a la parte trasera de la casa donde, en una amplia terraza con piso de cemento y cubierta por parrones encaramados profusamente por el entramado de un armazón de madera, esperaban conversando animadamente el resto de los invitados arrimados a dos grandes braseros de cobre dispuestos en el centro, en los que crepitaban los carbones encendidos con vivas llamas.
Jaime, como anfitrión, se hizo cargo de las presentaciones de rigor. Primero, lo hizo con “Pancho” y Cristina, y después condujo a Julio ante cada uno de los que asistían por primera vez.
- William “Memo” Sessé, investigador privado – dijo, tomando del brazo a un señor pulcramente vestido, al que Julio le calculó unos setenta años mientras le estrechaba la mano –. Es un nacionalista convencido, jubilado de la policía de investigaciones y amigo de Ricardo – agregó.
Luego, continuó con el siguiente, un robusto sesentón con un fino y cuidado bigote, de mirada amplia y a la vez extrañamente interrogante, amigo personal del mismo Jaime.
- Roberto Barros, médico jubilado, pero ejerce en forma privada. Revolucionario en su época y seguidor y compañero de aventuras de José Miguel y de “Juanvé” – dijo, refiriéndose a los ya legendarios guerrilleros que cayeron abatidos por las fuerzas de seguridad del régimen que siguió a la caída del Presidente socialista.
Siguió, a continuación, con René Oliva, un viejo comunista escéptico, con una abundante y desordenada cabellera gris, que emitió una frase ininteligible, más parecida a un gruñido que a un saludo, al estrechar la mano de Julio.
- Jubilado de la antigua Empresa de Transportes Colectivos del Estado – le informó Jaime - acompaña al doctor Barros.
Vino después el turno de Carlos Arrau, amigo del “Alemán” y colega de profesión de Ricardo. Delgado, nervudo, inquieto, de pelo oscuro con manchas grises, especialmente en las largas patillas, que no lograban ocultar sus sesenta y tres años. Nacionalista furibundo en su etapa juvenil, de hablar atropellado y, al igual que Julio, fumador incorregible.
Finalmente le tocó el turno a una agraciada mujer de edad indefinible, pero varios años más joven que todos los demás, de cabello claro y mirada franca y directa. Periodista de profesión y encargada de las relaciones públicas de una importante empresa editora.
- Esta es María Elena – le dijo Jaime –. La conocemos por “Malala”. Es socialista defraudada y amiga de Tania.
Para Julio la amistad con Tania era la mejor referencia.
Tras las presentaciones y los saludos Jaime hizo repicar una campanilla pidiendo silencio. Luego, invitó a sentarse en los sillones de mimbre y en las banquetas dispuestas alrededor de los braseros, y abrió la sesión ofreciendo la palabra a Julio tras una breve introducción sobre las razones de la reunión. Éste carraspeó, encendió pausadamente un cigarrillo y se ubicó en un extremo de la terraza para dominar visualmente a toda la platea.
- ¡Compañeros! ¡Camaradas! ¡Compatriotas! – comenzó diciendo – como quiera que nos hayamos llamado en el pasado, ahora es mejor llamarnos simplemente amigos. Ya cada uno de ustedes ha sido informado detalladamente de nuestras inquietudes y de nuestras pretensiones, y su sola asistencia nos permite colegir que las comparten con nosotros. Es por eso que no repetiré lo que ya se ha dicho y me limitaré a exponer los puntos centrales de ésta reunión inaugural.
Con el asentimiento y la atención de todos los presentes Julio se fue explayando, poniendo especial énfasis en la importancia para sus vidas que tenía esta revolución; que llamó “encanecida”; y que venía a ser el último esfuerzo y la última oportunidad que el destino ponía al alcance de sus posibilidades para que se levantaran una vez más de sus poltronas y lucharan por alcanzar los objetivos frustrados de juventud. Con el innegable interés que los presentes ponían en las palabras del orador, la reunión se fue desarrollando conforme a lo pautado, quedando para el final la definición del nombre del movimiento y la elección de su cúpula dirigente.
Después que hubo finalizado la exposición inicial de Julio, no hubo nadie durante el encuentro que guardara silencio. Todos dieron a conocer su opinión, corroborando su participación pretérita e idealista en malogradas luchas reivindicacionistas. Cada cual hizo lo suyo en el pasado desde su trinchera ideológica, y todos sufrieron las consecuencias y comulgaron con el mismo sentimiento de frustración e impotencia presente que los embargaba. Evidentemente también todos se dieron cuenta, tal como se los señalara Julio, que en el último tramo de su vida se les presentaba una nueva oportunidad para luchar por hacer realidad las utopías que persiguieron en su juventud, con las excepciones de Mariana, la secretaria de Ricardo también presente, y de “Malala”, a quienes aún les quedaba mucho camino por recorrer ya que, por su edad, para los acontecimientos de comienzos de los setenta, aún no se distraían de los juegos infantiles.
- Son muchos los problemas que nos agobian – dijo el “Alemán”, poniendo vehemencia en sus palabras – pero alguno de ellos, con características universales, debemos elegir como punto de partida para comenzar, de tal manera de conocer la visión global y las semejanzas de opinión que cada uno de nosotros tiene de un mismo tema.
- La tan publicitada “igualdad ante la ley” es algo que a todos nos atañe y lo propongo como tema de discusión – intervino Julio, guardándose el de los derechos ciudadanos conculcados que traía en carpeta, y agregó – y las preguntas son: ¿La ley es igual para todos? O ¿somos todos iguales ante la ley?
- Creo que ambas respuestas son rotundamente negativas – terció Ricardo, enganchando en la cuestión con convicción y con la fuerza que le era característica para los que lo conocían.
- En la letra la ley es igual para todos y todos somos iguales ante ella pero, en la práctica, coincido con Ricardo – opinó Carlos, el antiguo nacionalista de larga data y conocido por muchos de los presentes por su contribución inicial al gobierno militar, del que a los pocos años se marginó profundamente decepcionado.
- Luego, en la letra las leyes serían justas y los injustos serían los “mentecatos” que las aplican – concluyó “Pancho”, el deslenguado.
- ¡No! ¡No! – respondió Ricardo - ¡Las leyes son injustas! Recordemos lo que decía Valentín Letelier, el ilustre jurista chileno - y recitó: - “El derecho moderno burgués crea una situación jurídica perfecta cuando las partes están en igualdad de condiciones; en caso contrario, la libertad es una irrisión para los débiles, porque no hay desigualdad mayor que la de aplicar un mismo derecho a los que de hecho son desiguales”. Luego – concluyó - podemos afirmar que para que la ley sea igual para todos, es necesario que primero todos seamos iguales entre sí, lo que responde a ambas interrogantes.
- ¡ Y eso no es posible! – apuntó el “Memo” Sessé.
- Pero sí es posible que la misma ley entregue las herramientas necesarias para disminuir hasta hacer desaparecer las diferencias – continuó Ricardo –, sin que con ello se descarte el hecho real de que existen leyes injustas, leyes arbitrarias, leyes opresivas, leyes restrictivas y leyes coercitivas. Y también ausencia deliberada de leyes para una sana y justa convivencia.
- Tampoco podemos olvidar que las leyes también son manipuladas según los intereses de los poderes públicos y privados, ¿o alguno de nosotros ha olvidado los recientes escándalos sobre corrupción generalizada que vergonzosamente, con la anuencia de nuestros preclaros servidores públicos, se acomodan para eludir impuestos, favorecer a altos personajes de la política y conceder inmunidad en pago de favores? – manifestó Jaime a continuación, con marcado enojo.
- Y que finalmente la propia autoridad utiliza como argumento, en el colmo de la frescura, para sacar ventajas económicas bajo cualquier justificación; como aquella que habla de “funciones críticas de Estado” para elevar las rentas de éstos seudo servidores públicos; sin el más mínimo pudor frente a la miseria de una mayoría ciudadana – agregó Roberto Barros, el médico, sumándose con indignación al mismo tema.
A medida que se avanzaba, en el intercambio de opiniones, quedaba en evidencia el generalizado rechazo de todas las corrientes del espectro político allí representadas honestamente; sin falsas odiosidades, sin egoístas ni lucrativas ambiciones disfrazadas, sin ansias de poder encubiertas con el manto sagrado de la vocación de servicio público; de las desvergonzadas prácticas de connotados personajes supuestamente representantes democráticos de todo un pueblo, tema hacia el que la discusión sobre la igualdad ante la ley había derivado.
- Me parece – dijo Ricardo, interviniendo nuevamente – que no somos felices; se nota un malestar que no es de cierta clase de personas ni de ciertas regiones del país, sino de la generalidad de los que las habitan. Existe miseria, laxitud, desconfianza, temor, decepción, abandono. El presente no es satisfactorio y el porvenir se nos aparece entre sombras que producen intranquilidad. En mi concepto, no son pocos los factores que han conducido al país al estado en que se encuentra. Ceguera sería desconocer que el país es víctima tanto de una crisis económica como de una crisis moral que se acrecienta.
Ricardo calló por unos momentos, se rascó su cabello rubio mezclado con tonalidades grises en un ademán que dio la impresión que intentaba coordinar sus pensamientos, y retomó el hilo de su intervención para denunciar que lo que recién había dicho lo había hecho con palabras que no eran suyas.
– Son palabras – dijo – de un distinguido político, náufrago entre los de su clase, pronunciadas en un Ateneo el primer día de agosto de 1900, es decir, hace más de cien años. ¿Qué mayor prueba que los males que nos angustian han sido inalterables en el tiempo y que nadie ha sido capaz o ha querido solucionar?
Cristina; la activista juvenil de los primeros años de los setenta; que había permanecido silenciosa, tomó la palabra para comenzar diciendo con cierta timidez y entre vacilantes tartamudeos: – Lo que ha dicho el “compañero” me recuerda un artículo de un famoso poeta publicado en 1925; en cuya tumba frente al mar pongo una flor cada vez que viajo al litoral central; en el dice, más o menos, que, en ese entonces, todo olía a podrido; que los políticos se cotizaban como las papas y que siempre estaban dando golpes a los lados, jamás martillando en medio del clavo. Que esos señores seguían nadando en el mar de sus verbosidades. Que, entre ellos, el que no se había vendido estaba esperando que lo compraran, y que no contentos con tener las manos en los bolsillos de la Nación, pagaban con dineros del país sus ratos de placer. Que robaban, corrompían las administraciones y, como si fuera poco, convertían al Estado en un “cabrón” de casa pública.
Impelido por su natural impetuosidad Ricardo aplaudió con entusiasmo la intervención e hizo que Cristina se sonrojara y bajara la vista, visiblemente perturbada. Ella había sido activista, y de seguro seguía siéndolo, pero no tenía por costumbre hablar en público. Su labor había sido siempre subrepticia, de persona a persona.
Era manifiesto que el tema era muy amplio, y lo que se necesitaba era algo global pero más específico, y que atañera a un sector extenso de la población. Surgió, entonces, la voz de Tania que propuso que el objetivo de la primera convocatoria se centrara en la inoperancia del Ministerio a cargo de la previsión social, que repercutía mayoritariamente en la enorme masa de ciudadanos de la tercera edad.
- La misma masa – señaló - que queremos motivar para sacarla de su ominosa postración, insuflarle vida y trasladarla a las primeras líneas de esta nueva lucha revolucionaria. Los resultados de ésta tarea deben ser de carácter de experimental, para que nos permitan evaluar nuestras reales posibilidades de seguir adelante. Si éstas son positivas recién, entonces, nos podremos abocar a fijar un objetivo global que recoja, sintetice e interprete universalmente nuestras inquietudes.
La oportuna y acertada proposición; que reunía los requisitos de fijar un objetivo inicial y de movilizar a la principal fuerza en que se cimentaría el movimiento; fue aceptada de inmediato por todos los presentes, acordándose que el tema de la igualdad ante ley, que era recurrente, sería por el momento relegado a un segundo plano, para ser desgranado y abordado en casos puntuales, cada vez que la pretendida igualdad se vulnerara.
Concluida la parte, que para Julio era la de mayor importancia, concordó plenamente con la proposición de Tania, y se guardó su propuesta. Había, luego, que abocarse a elegir una directiva provisional, cuestión que no era de su agrado, pero que era necesario enfrentar. El movimiento tenía que mostrar una cara pública que oficializara su existencia.
- Creo que la presidencia debe recaer en Julio, nuestro ideólogo – propuso Jaime, propuesta a la que se sumó con explosivos vítores de auténtica alegría toda la cofradía asistente.
Julio se sintió confuso ante tan espontánea expresión de unánime respaldo, pero sabía que no podía asumir dicha representación, y así lo hizo saber.
– Solamente les pido, mis amigos, y lo hago encarecidamente – les dijo – que no me obliguen a exponer mis razones. Estas son muy personales. Yo les propongo que Jaime nos represente, y que como presidente sea la cara visible del movimiento.
Un silencio sepulcral siguió a las palabras de Julio, al tiempo que una corriente de aire frío invadió el recinto congelando por algunos momentos la alegre animosidad reinante.
El “Alemán”, entonces, carraspeó y tomó la palabra, rompiendo el mutismo en que todos se habían sumergido.
- Presumo cuales pueden ser los motivos de Julio para rechazar el ofrecimiento, y como creo que su rechazo es sincero y por fundadas razones, apoyo su decisión y su propuesta.
Jaime, finalmente, fue ungido presidente. Mariana lo acompañaría como secretaria, Roberto Barros como Tesorero y “Malala” en relaciones públicas. La Comisión Política, que estaría conformada por todos los presentes, resolvería en cada situación que se presentara, puesto que no se consideró prudente crear otros cargos para no caer en la ineficiencia propia de una excesiva burocracia.
Tal como se había acordado, aquella noche todos pernoctarían en la casa de los peumos; como ya había sido bautizada la hermosa propiedad cordillerana de Jaime y Tania; para continuar con la reunión durante la mañana del domingo, como si la premura propia de aquellos que sienten que están en el ocaso de sus vidas, los urgiera.
Tania, Mariana, Cristina y María Elena dormirían en los dormitorios de la casa principal y los hombres lo harían en una dependencia que lindaba con el parrón, al otro lado de la piscina, especialmente habilitada con literas dobles que se habían acomodado en la amplia sala destinada a las recepciones que, de tarde en tarde, ofrecían los dueños de casa.
Pero aún era temprano después de la comida en que los anfitriones agasajaron generosamente a sus invitados con un sinnúmero de exquisiteces al estilo criollo de los asados campestres, donde abundó la carne de vacuno y de cerdo, las ubres, los chunchules, las prietas y las longanizas a la parrilla, las papas cocidas, las ensaladas diversas, el “pebre cuchareado”, el pan amasado y las tortillas al rescoldo. Todo acompañado de jugos de fruta naturales y de buenos vinos, tinto y blanco.
Como el tiempo había mejorado, los fogones de los braseros que se extinguían volvieron a reavivarse y todos, después de acomodar sus pertenencias en los lugares que les habían sido asignados, volvieron a la terraza a conversar el bajativo.
Para muchos jóvenes de hogaño, aunque aún más para los de antaño, la reunión podría haberles parecido extraña y, porqué no decirlo, hasta imposible. Aquellos maduros personajes, algunos al borde mismo de la ancianidad, que en su juventud fueron enconados enemigos, al extremo de utilizar las armas unos contra otros, estaban allí congregados bajo el mismo techo, en agradable convivencia, reviviendo sus aventuras de románticos idealistas de épocas pretéritas.
Era, sin duda, asombroso verlos compartir unidos, en franca camaradería, los mismos ideales que, por interpretaciones antojadizas de líderes al servicio de intereses y poderes ocultos, los separaron en el pasado en bandos irreconciliables. Todos, al igual que en el presente, buscaban entonces justicia social, todos querían libertad, todos ansiaban igualdad, todos anhelaban fraternidad. Todos combatieron por lo mismo por lo que hoy estaban dispuestos a volver a batallar y todos compartían la misma desilusión frente a los dirigentes políticos del pasado, que los manipularon y los utilizaron como carne de cañón para sus propósitos, al igual como sucedía en la actualidad con la nueva juventud, y como ha sucedido históricamente a través del tiempo. Pero, ahora, todo sería distinto, puesto que estaban unidos y tenían la experiencia personal de lo que sucede cuando se sigue el curso de las aguas demagógicas de grupos oligárquicos.
- Creo que es un buen momento para proponer nombres para nuestro movimiento – dijo Roberto, iniciando la conversación. - Sugiero que no consideremos términos que nos vinculen a derechas ni a izquierdas – acotó Jaime –, pues nos asociarían de inmediato con la política convencional y contingente, y ese no es nuestro objetivo.
- Y nada que implique división – agregó “Malala”.
- Debe ser un nombre que advierta sobre nuestro rechazo al tradicionalismo e insinúe que pretendemos romper con los esquemas comúnmente aceptados – señaló Ricardo.
- Naturalmente que debe ser así - corroboró “Malala” -, pero tiene que ser en términos universales.
- Democracia es un término universal y por todo el mundo aceptado – opinó Roberto.
- Pero si va acompañado de un apellido le quita la universalidad y si va sólo su amplio significado se hace demagógico – acotó Carlos, y agregó – salvo que el apellido también sea universal.
- ¿Cómo por ejemplo? – preguntó el “Memo”.
- No se me ocurre - respondió Carlos.
- La democracia con apellido, como la utilizan los políticos tradicionales, excluye y se desvirtúa en su esencia, puesto que para que exista debe ser fundamentalmente participativa, practicada en forma directa y no a través de la delegación de los derechos – observó Tania, y continuó –. Eso nos lleva a concluir que si unimos el término democracia a su sentido original tendríamos una denominación para nuestro movimiento que, junto con rechazar las prácticas actuales que se utilizan en nombre de esa democracia, reivindicaría su significado.
- ¿Democracia original? – quiso saber el “viejo” René.
- ¡No! – respondió Tania – “Democracia Directa”, puede ser.
- ¡Movimiento Democracia Directa! – murmuró Julio pensativo.
- ¡No! – volvió a intervenir Tania – Solamente “Democracia Directa”. Nada de “Movimiento”, nada de “Frente”, nada de “Partido”, nada que pueda ser mal interpretado, nada que pueda identificarnos con alguna tendencia política en boga.
- ¡Estoy de acuerdo! – intervino Ricardo entusiasmado –. ¡Es algo preciso y conciso!
- Yo también estoy de acuerdo – se sumó el “Alemán”, y añadió -: ¡Tiene fuerza!
No hubo necesidad de escarbar más en busca de un nombre, ni tampoco someter a votación el sugerido, pues los demás cofrades se sumaron con su aprobación a la propuesta.
- La conformación de verdadero pluralismo ideológico de la organización es plenamente consecuente con el nombre – manifestó el “Alemán”, agregando que es plenamente factible, gracias al avance de la computación, llevar a la práctica una democracia directa.
Julio pensó que gracias al acertado razonamiento de Tania fue posible llegar a un acuerdo unánime sobre la denominación del movimiento, tema que creía podía haberse transformado en un obstáculo por la diversidad ideológica de sus integrantes. Una vez más la intervención de Tania allanaba el camino.
Un brindis, propuesto por Jaime, oficializó el bautizo.
La actividad del día había sido agotadora, que sumada a los abundantes entremeses, exquisitas comidas y a una regada vigilia que recién comenzaba, condujo a que las mujeres primero y los más viejos después se retiraran a descansar, quedándose un grupo integrado por Julio, Jaime, el “Alemán, Ricardo, Roberto y Carlos a departir junto a una botella de whisky de aristocrática marca y quince años de antigüedad, que los fumadores acompañaron de un aromático habano cubano ofrecido por Jaime.
Después vino una larga pausa en que los contertulios paladearon el whisky, saborearon el habano y escucharon, sumidos en sus íntimos pensamientos, el silencio de la noche roto solamente por el canto de los grillos, el graznido de las aves nocturnas y el mullido y acompasado ruido del follaje de las copas de los árboles mecidas al compás intermitente del vaivén del viento.
Todos al día siguiente se levantaron tarde. La larga velada y el aire de la montaña los había puesto remolones, luego la mañana no fue, como se esperaba, tan provechosa para sus proyectos revolucionarios. Solamente durante el opíparo desayuno pudieron avanzar algo en el sentido de reunirse en la oficina de Ricardo para abocarse al siguiente paso: la de la movilización experimental propuesta por Tania.

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CONTINUARÁ

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