LA REBELIÓN DE LOS "VIEJOS".
Cap. XI: EL PROFETA.
En el barrio le decían “El Profeta” porque acostumbraba a predicar en las esquinas, especialmente en las comerciales, donde siempre lograba atraer a un auditorio que lo contemplaba con risueña comprensión y escuchaba sus diatribas en contra del sistema. La suya, no era una prédica religiosa, era, más bien, un discurso de protesta, serio y coherente, que los reducidos espectadores aprobaban con gestos inconscientes de asentimiento revelando su secreta identificación con los argumentos del zarrapastroso y solitario orador.
Siempre eran temas de actualidad los que abordaba utilizando silogismos para denostar a la clase política, y de paso denunciar la aquiescente actitud de la ciudadanía.
Su figura desgarbada, que se elevaba por sobre el metro y noventa y cinco de estatura, vestida pobre pero rigurosamente de negro, con el pelo largo que le caía sobre los hombros y una hirsuta barba que le cubría prácticamente todo el rostro, dejando solamente sus centelleantes ojos al descubierto, semejaba a la reencarnación misma del monje Rasputín.
Desde su improvisada tribuna iniciaba su periódica arenga con una introducción remontándose al pasado.
- Hubo un tiempo, sin tener perdón por mi inocencia - comenzó diciendo aquel día, en que coincidió con la llegada de algunos dirigentes de “Democracia Directa” a “Los Ladrillos Coloniales” -, en que creí en las buenas intenciones de los partidos, en que creí en las declaraciones de los servidores públicos, en que creí en las promesas de políticos y en su sinceridad por mejorar las condiciones de vida de los más desposeídos, y debo confesar, con vergüenza por mi ingenua credulidad, que me equivoqué. Confié, también, irrestrictamente en que la justicia, y tardé mucho en comprender que la justicia, sin igualdad, no existía, y que la libertad y la democracia son utopías. Poco a poco fui entendiendo que en el país de las prohibiciones, del paternalismo y la solidaridad seudo generosa entronizada; en el país de los permisos y de las multas; todo obedece a la estrategia de una conspiración monstruosa en la que los países son piezas en un tablero de ajedrez donde los peones, representados por la dirigencia política, son meras marionetas articuladas concientemente por el poder de los intereses económicos mundiales. Podrá parecer increíble y fruto de una imaginación distorsionada de un cerebro desajustado, pero es la verdad lo que os digo.
- Mientras las fortunas se incrementan y los más desamparados reciben las limosnas que compran su silencio, los pequeños comerciantes; vosotros mismos; son destruidos, la clase media reclutada como esclavos del imperio y la dirigencia política jugosamente gratificada y premiada con cargos en el poder .
- Esta maquinaria que traspasa las fronteras funciona gracias a un engranaje perfectamente diseñado y maquiavélicamente “aceitado”, donde cada pieza juega un rol específico, desde los que prometen y no cumplen pavimentándose el camino hacia el poder, hasta los bien intencionados idealistas utópicos que son manipulados como peleles.
- Nada escapa a la voracidad rapaz de los conglomerados multinacionales ante la mirada tolerante de los servidores públicos y la indolencia de los subyugados.
- Vivimos en un país ocupado por fuerzas oscuras, sometido a las incompetencias de sus esbirros adecuadamente remunerados de acuerdo a su poder y deliberadamente incapaces para solucionar los más mínimos problemas que impiden hasta el sobrevivir con un mínimo decoro.
- Un ejército de mendigos, que pulula por las calles y pasan las noches bajo los puentes o arrimados a las puertas de edificios públicos o de congregaciones religiosas, se suma a los que claman por empleo, por educación y por atención médica universal, sin discriminación, mientras los que se auto-califican representantes del pueblo agradecen y se congratulan por el regreso a una supuesta democracia, llenan sus faltriqueras con las monedas de la traición; viajan por el mundo; veranean, sin el más mínimo rubor, en elegantes centros turísticos de moda; se codean con los líderes mundiales en reuniones inservibles, alrededor de mesas bien servidas, donde firman acuerdos y declaraciones sin destino y planean el futuro de la humanidad, para después asistir rozagantes de satisfacción a los programas de televisión a romper lanzas por la nobleza de su incomprendida, generosa y sacrificada actividad.
Primero, fue el aspecto del sujeto lo que llamó la atención de Julio, de Jaime y de Tania y, después, el magnetismo de sus ojos y el contenido de sus palabras. Hablaba con fluidez, pero con energía, y con una consistencia que dejaba traslucir una formal educación intelectual que, a la vez, dejaba al descubierto un profundo sentimiento de rechazo hacia una sociedad sojuzgada por los artificios del poder.
Al grupo, a medida que iban llegando, se iban sumando los demás dirigentes, engrosando en una cantidad fuera de lo común el número habitual de espectadores. Desde “Los Ladrillos” se asomaron Rosita, la “Juani” y la “Carmencha”, las simpáticas meseras, y parte de sus rutinarios parroquianos intrigados por la exagerada aglomeración de gente.
- ¡Es un atropello! – aventuró uno al boleo.
- No, hombre, es “El Profeta” que está predicando – le contestó otro, vecino del lugar, que había salido a la puerta del restaurante con un vaso de vino en la mano.
- ¿Quién?.
- “El Profeta” – respondió el mismo parroquiano –. Es un loco que viene casi todos los días a hablar de “don Jecho” y de esas cosas.
- ¡Ah!, es un “canuto” – conjeturó el primero satisfecho.
“Pancho”, que también había salido, los reprendió e indignado les endilgó un par de groserías y los hizo entrar.
El breve diálogo no escapó a la atención del “Alemán” y de Ricardo, que no pudieron dejar de comentar la indiferencia característica del pueblo, ajena a sus propios problemas y resignada sumisamente a su destino.
- Dicen que la desidia es la madre de la miseria – sentenció Ricardo, citando un viejo aforismo.
Entretanto “El Profeta” había continuado, sin ser interrumpido, con su encendida alocución. Ora hablaba de la corrupción, desplazándose por los casos de soborno, de nepotismo, de enriquecimiento ilícito, de pago de “favores”, de tráfico de influencias y de oscuros negociados. Ora lo hacía para referirse a los recientes escándalos de las indemnizaciones y de los fraudes en los pagos de sobresueldos a los que desempeñan funciones “críticas de estado”; según las catalogó escandalosamente, sin que la vergüenza le moviera ni un solo músculo de la cara, un destacado hombre público, que el “Profeta” no tuvo empacho en mencionar con nombres y apellidos.
Ese día la Comisión Política había acordado reunirse para considerar la invitación que públicamente les había hecho el Ministro del Interior, después de los hechos acaecidos en la Municipalidad, para conversar sobre la demanda de una renta estatal garantizada. Debido a que “Malala” se había excusado de asistir por compromisos laborales en la editorial y a que el “Memo” estaba aquejado por un fuerte resfrío, los presentes se constituyeron de inmediato bajo la presidencia de Jaime.
- Como ya lo he conversado individualmente con cada uno de ustedes, incluyendo a “Malala” y al “Memo” – comenzó diciendo Jaime, abriendo la sesión –, la invitación del Ministro para mañana a las diez y media, es una clara demostración de avance en nuestro proyecto y, como creo que nadie se opone, faltaría solamente nombrar a la delegación que asistiría al encuentro.
- Pienso que sería conveniente asistir en pleno – opinó Ricardo –. Le daría más solidez y representación al movimiento.
- La solidez y la representación ha quedado clara con el hecho de que fuéramos invitados – murmuró el “Alemán”, como si hablara para sí.
- Lo que también es cierto – manifestó Roberto.
- Una cosa no es obstáculo para la otra – volvió a intervenir el presidente.- Veamos primero quiénes desean asistir.
- Creo que es innecesario que yo asista. No es un tema de mi competencia – dijo el “Alemán”.
- A mi no me interesa hablar con estos “caballeros” – se pronunció Cristina.
- A mi tampoco – le siguió el viejo René.
- Y a esa hora yo no puedo abandonar la oficina – se agregó Mariana.
- Yo prefiero esperarlos aquí con un buen “bife a lo pobre” y un “botellón” de tinto – señaló “Pancho”, en su peculiar lenguaje.
- Si no hay nadie más que opte por quedarse – observó Jaime, después de unos instantes de silencio a la espera de alguna otra intervención -, la delegación la conformaríamos los restantes. Si Ricardo no tiene objeción nos podríamos reunir a las diez en su oficina.
- ¡Ninguna! – dijo Ricardo -. Allí nos tomamos un café y partimos.
- El segundo punto que tenía considerado para hoy es el asunto de la declaración de principios, a los que no nos hemos abocado – expuso Jaime, y agregó, sin esperar que nadie se pronunciara al respecto –. Les propongo que le encomendemos a Julio, gestor de “Democracia Directa”, la elaboración de un borrador que nos sirva de base para la discusión.
- ¡Aprobado! ¡Aprobado! – respondieron todos a coro.
- El tercer punto – volvió Jaime a intervenir, retomando la palabra -, es un imprevisto que hace solamente unos momentos se me ocurrió, cuando escuchábamos el discurso del llamado “Profeta” allá, en la vereda de enfrente. Lo conversé brevemente con Julio y se manifestó de acuerdo, por lo que supuse que nadie se molestaría si a este personaje lo invitábamos a compartir unos momentos con nosotros para escuchar con más detenimiento sus argumentos que, por lo demás, tienen cierta semejanza con los nuestros.
- Y que pareciera ser evidente que sabe sobre lo que habla – comentó Tania, con su acento trasandino que tanto llamaba la atención.
Afuera, invitado por Jaime, “El Profeta” consumía con lentitud una frugal comida sobre la base de verduras cocidas acompañada de un vaso de agua de la llave, cuando éste se acercó para invitarlo a pasar al comedor privado, que hacía también de sala de reuniones.
“El Profeta” se pasó con elegancia la servilleta por la boca, sonrió por primera vez; dándole a su rostro una dulzura que contrastaba con la dureza que adquirían sus rasgos cuando pronunciaba sus encendidos discursos; y se levantó de su asiento agradeciéndole a Jaime con una inclinación su invitación.
Cuando ingresó al comedor privado todos se levantaron, salvo las mujeres, y uno a uno fueron estrechando la mano franca del “Profeta”, que éste apretaba con suavidad pero con firmeza.
- Puede que le haya parecido extraña nuestra petición para que nos acompañe – le manifestó Jaime a su invitado, mirándolo directamente a los ojos, cuando volvieron a tomar asiento –, pero después de escucharlo nos interesa conocer más sobre sus opiniones.
- Es poco común que mis prédicas encuentren eco en el vulgo, aunque no es extraño que hayan despertado vuestro interés ya que, como todos sabemos, interpretan lo que postula “Democracia Directa”.
- ¿Cómo sabe usted que nos interpreta? – preguntó Roberto, sin preocuparse por ocultar la desconfianza que le despertaba el personaje.
“El Profeta” no se apresuró en responder. Primero recorrió con la vista a todos los presentes, deteniéndose por breves instantes en cada uno de los rostros, para volver a fijar su mirada en su interlocutor.
- He seguido – comenzó diciendo – muy de cerca sus actividades, sus declaraciones y los comentarios que han generado. Estuve en las dos manifestaciones públicas que han hecho. La primera vez fue por mera coincidencia, ya que ese día me encontraba en la puerta del Ministerio de la Previsión, preparándome para mi discurso diario. Pero, para la última, fui invitado a participar por uno de los viejos que vive bajo uno de los puentes del río; que ha sido un fiel seguidor de mis prédicas y un solidario amigo, el único hasta ahora; con el que he compartido agradables momentos entre largas conversaciones. Por él supe del impacto que ha tenido “Democracia Directa” entre los más desdeñados por la sociedad.
- ¿Su aparición hoy día no fue, entonces, una simple coincidencia?
- En parte, si lo fue, pues acostumbro a disertar en éste lugar. La premeditación estuvo en que he discurseado aquí todos los días desde comienzos de mes, a la espera de que ustedes aparecieran. Quería llamar su atención......, y parece que lo he logrado.
- ¿Con qué objeto? – lo volvió a interpelar Roberto.
- Con el de agradecerles, personalmente, la luz de esperanza que han hecho renacer en mi alma, y ofrecerles mis servicios como un disciplinado militante más en esta cruzada reivindicacionista que han emprendido, seguro de poder serles útil.
Sin esperar a que Roberto volviera a intervenir, el “Alemán”, respondiendo con un reflejo a su intuición, invitó al extraño a que continuara. Nunca supo explicar por que lo hizo, desafiando irracionalmente su consabida precaución frente a los desconocidos.
- ¡Gracias! – musitó el hombre, levantándose y acercándose hasta la lumbre para recoger el calor de la chimenea, frotándose con energía las manos entumecidas. Luego, se volvió de cara al auditorio, e irguiéndose en toda su elevada estatura dejó atrás la figura encorvada y empequeñecida para dar paso a otra revestida de imponente dignidad, que hizo olvidar a los presentes los harapos que vestía.
- Como ya lo he dicho, he seguido con creciente interés vuestro movimiento y quiero, con vuestro permiso, presentarme.
- ...
- Mi nombre es José Ramón Izquierdo Urízar, soy sociólogo, tengo 58 años y soy el primero que se rebeló contra el sistema y formó su propia organización revolucionaria de la que, hasta que apareció “Democracia Directa”, sin saberlo, era el único militante, puesto que sus planteamientos no son otra cosa que la continuación de mi propia declaración de principios que surge de la contumaz decisión de no transar con la manada que nos ha despojado de nuestros derechos y se ha apropiado de ellos para ejercer el poder en su propio beneficio, sometiéndonos a la esclavitud impuesta por un sistema totalitario, incoherente, egoísta e injusto – vertió de golpe su larga perorata.
El extraño personaje calló y sus ojos, en un principio centelleantes, cambiaron su expresión combativa por una de súplica, esperando una bienvenida. Todos se cruzaron miradas interrogantes, sin atinar a una respuesta.
“El Profeta”, retomó de nuevo la palabra.
- Comprendo vuestros recelos – dijo, casi en un susurro, el individuo, advirtiendo las interrogantes de los concurrentes a la asamblea – y justifico vuestras dudas ante la presencia inesperada de un desconocido cubierto de andrajos clamando aceptación, pero déjenme decirles que mi imagen es la expresión de mi protesta que inicié cuando me rebelé contra la sociedad y su sistema y decidí comenzar mi “huelga personal”. Desde entonces, hace ya más de cinco años, me he negado a pagar impuestos y a hacerme cómplice de la nueva barbarie computarizada. Fue entonces cuando quise levantar un ejército de mendicantes en una campaña similar a la que ustedes han emprendido, pero no tuve seguidores, y en cambio me tacharon de loco y me bautizaron, con ese cáustico ingenio popular, como “El Profeta”, por la que calificaron una absurda prédica.
Aún nadie había interrumpido el discurso, impresionados por la elocuencia del invitado por Jaime, y por la formal educación intelectual que se escondía tras el deteriorado aspecto del sujeto.
- Puede usted continuar – se aventuró Julio a decir, alentándolo, con una señal de aprobación.
“El Profeta” abrió los brazos y encogió los hombros en un mudo y significativo gesto. Nada más tenía que decir.
- La única razón de nuestro silencio – dijo Tania, levantándose y dirigiéndose hasta donde “El Profeta” esperaba una respuesta – son los resabios de la discriminación que el sistema inculcó en nosotros. Hemos perdido la fe y la confianza, y nuestros temores nos han llevado a juzgar las apariencias y no el contenido – y volviéndose hacia “El Profeta” se empinó para alcanzar su rostro y le dio un beso en la mejilla.
Primero fue un solo aplauso, después otro y otro, hasta desencadenar una ovación que, más que dar la bienvenida al nuevo militante, saludaba la humildad y la sabia humanidad incorporada por Tania al movimiento.
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Cap. XII: EL MINISTRO.
Julio, Jaime, y Tania al medio tomada de los brazos de los dos, iban adelante, y unos pocos pasos más atrás Ricardo, Roberto, “Malala”, Carlos y “El Profeta”. Todos vestían con la adecuada formalidad propicia para la ocasión, salvo éste último que, envuelto su larguirucho cuerpo en su abrigo negro, había dejado su larga y oscura cabellera suelta. Sus rostros, gracias a la abundante publicidad lograda por los acontecimientos que se sucedieron con motivo de la última movilización, ya eran conocidos por gran parte del público, especialmente por los de mayor edad y por los jóvenes que la política no había logrado motivar, lo que originaba que a su paso por las calles céntricas fueran saludados afectuosamente por los transeúntes, algunos de los cuales les daban aliento con enardecidas frases.
No había duda que la cruzada en que se habían embarcado empezaba a prender en el ánimo de la ciudadanía, y tampoco había duda que sus planteamientos habían despertado la inquietud en las esferas de gobierno y en el ámbito político en general. La invitación a conversar con el Jefe del Gabinete era una clara muestra de ello.
Al ingresar a la plaza rodeada por hermosos jardines y por las estatuas de pretéritos gobernantes que anteceden a la sede de gobierno, donde funcionan las oficinas del Ministro, una multitud que les esperaba, para sorpresa de la delegación, estalló en vítores en medio de un bosque de pañuelos blancos y de pancartas que comenzaron a agitarse como sacudidas por un furioso vendaval.
Soza, en compañía del Presidente Lagunas de Escobedo, observaba con molestia desde el segundo piso las demostraciones de la muchedumbre que se había congregado en el frontis norte del palacio.
- ¡Esto es inaudito! – dijo, arriscando repetidas veces la nariz -. ¡Cómo es posible que me hayas obligado a recibirlos! – agregó, dirigiéndose al Presidente.
- Tenemos que escucharlos – respondió Lagunas -. No debes olvidar que sus demandas son un caldo de cultivo para la oposición. ¡No podemos ignorarlos!
- ¡Han atropellado a la autoridad! ¡Se han concentrado dos veces! ¡Han paralizado el Ministerio de la Previsión, la Tesorería, el Registro Civil y la principal Municipalidad del país! ¡Han alterado el orden público! ¡Tienen al país revolucionado con sus ridículas demandas! ¡Y en lugar de someterlos a proceso por revoltosos los recibimos como vencedores!
- Te lo repito una vez más, “Miguelón”, debemos escucharlos. Si no los recibimos harán mucho más ruido del que han hecho hasta ahora – insistió el Presidente, en tono conciliador.
“Miguelón”, era el mote derivado de su nombre de pila con el que el Ministro Soza era conocido entre sus más cercanos, y que muy pocos se atrevían a utilizar desde que se proyectara hasta las alturas del poder al que había ascendido por méritos propios. Como Ministro del Interior, y de hecho vicepresidente de la República, era el segundo hombre en el país, y aunque su cargo no era de elección popular y dependía exclusivamente de la voluntad presidencial y del beneplácito de su partido, se sentía merecedor de él, por lo que acostumbraba a hablar con propiedad. Es posible que en la intimidad con su conciencia sintiera cierta envidia del Presidente Lagunas que, en gabinetes de presidentes anteriores, había sido su subalterno. Pero Soza era realista, y aunque se sentía más capacitado que el actual presidente, y con mayor razón que los precedentes, sabía que no tenía lo que ellos habían logrado edificar: ese carisma artificial y esa imagen electoral gracias al marketing con el que las cúpulas políticas y los grupos de poder acostumbran a construir alrededor de sus candidatos; independiente de los méritos; que invitaba a la gente a confiarles su voto.
Soza, furioso, se paseaba con las manos a la espalda y la cabeza gacha por la alfombrada sala presidencial deteniéndose, de tanto en tanto, ante los periódicos diseminados sobre el escritorio de Lagunas que no se cansaba de examinar.
- “Rigo”, estamos demostrado debilidad – dijo, dirigiéndose en tono conciliador a su camarada de partido, y agregó, exhibiendo uno de los periódicos y leyendo en voz alta una vez más su titular principal -. “El Presidente dispone que el Ministro Soza reciba a la directiva de Democracia Directa y atienda sus demandas. La original presión ejercida por la tercera edad con la creciente solidaridad de otros estamentos se hace insostenible para el gobierno. Los políticos inquietos ante el anuncio de una revolucionaria Declaración de Principios de la nueva colectividad”.
- ...
- ¡Y este otro pasquín! –, continuó, tomando “El Imparcial”, contradictoriamente de reconocida y tenaz tendencia opositora -. “Gobierno tambalea. Soza, arrisca la nariz y la oposición guarda silencio”. Doña Greta; la “Madama”; dice en “Galaxia Noticias” que los viejos revoltosos piden un sueldo hasta para las dueñas de casa, y Gloria Leyton, en “La Cañada”, que la directiva ha llamado a la desobediencia civil sino accedemos a sus demandas. ¡Eso es sedición y podemos procesarlos por atentar en contra la seguridad del Estado!
- Calma, Miguelón, calma – trató de apaciguarlo el Presidente -. Ten por seguro que con habilidad controlaremos la situación. Ahora, vete a tu despacho, recibe a la directiva y, tal cual lo conversamos, “dórales la píldora”, promételes que sus peticiones serán estudiadas, culpa a la oposición y ofréceles el respaldo del gobierno a sus demandas. No olvides que estamos a las puertas de una elección.
- ¡Está bien! – refunfuñó Soza malhumorado -. Te informaré en cuanto termine la reunión – y salió de la sala a grandes zancadas para dirigirse a su oficina en el primer piso del palacio presidencial.
En el descanso de la escalera se encontró con el Subsecretario que iba en su busca para anunciarle que la directiva de “Democracia Directa” había llegado y lo esperaba.
En la antesala del despacho ministerial, custodiada la entrada por policías de civil, Jaime, Julio, Tania, “Malala” y “El Profeta” conversaban en voz baja, mientras Ricardo, Carlos y Roberto examinaban las históricas pinturas que adornaban las paredes.
- “El Huaso y la Lavandera”, de Rugendas – exclamó, extasiado, Ricardo, ante el óleo del pintor alemán
- Y allá está “La Reina del Mercado”, del mismo Rugendas – le indicó Roberto, señalando un óleo en la pared opuesta.
- Y al lado el “Paisaje”, del neoclásico Monvoisin – agregó Carlos.
Ricardo, con ojo de experto, inspeccionaba hasta los más mínimos detalles de los óleos, comentándoselos, con amplio conocimiento pictórico, a sus amigos.
- ¡Parece que compartimos gustos! –, exclamó el Ministro Soza, a modo de saludo, dirigiéndose a Ricardo al ingresar a la antesala, con una sonrisa de oreja a oreja que contrastaba con el rostro agrio que hacía algunos minutos exhibía en el despacho presidencial -. ¿Don Jaime Mendoza? – preguntó a continuación, extendiéndole la mano.
- Ricardo Setti – tartamudeó Ricardo sorprendido, estrechando la mano del Ministro.
Jaime, que había quedado a espaldas del Secretario de Estado, se adelantó y se presentó, procediendo luego a presentar a los restantes dirigentes. Mientras Soza los iba saludando uno a uno comentaba su afición por la pintura histórica, destacando sus preferencias por Raymond Quinsac Monvoisin, por Juan Mauricio Rugendas, por Thomas Somercales y por Benjamín Subercaseaux, ganándose la inmediata simpatía de Ricardo.
- ¡Adelante! ¡Pasen, por favor! – invitó Soza, dando paso franco para entrar en su despacho, cuya puerta la secretaria había abierto.
- ¡Asiento! –, ofreció a sus invitados, acercándose a la amplia, elegante y extensa mesa de conferencias rodeada por cómodos sillones dispuestos para dieciocho personas, y tomando lugar en la cabecera, seguido del Subsecretario García del Pino, quien se arrellanó a la derecha de su jefe -. ¿Un café? ¿Una bebida?
- ¡Gracias! Un café por favor – respondió Jaime, y todos los demás asintieron. Soza le hizo una señal a Maggie, la secretaria, y ésta respondió con otra y salió del despacho. Mientras los invitados se acomodaban, Soza continuó haciendo algunos alcances a las pinturas, mostrando su mejor sonrisa para relajar el ambiente, sabedor que la reunión podía se tensa.
- El Presidente – comenzó diciendo para entrar en materia –, me pidió concretar esta entrevista para conocer desde la misma fuente sus inquietudes y demandas que han salido a la luz pública en las dos últimas manifestaciones a que ustedes han convocado y que han llamado la atención del gobierno, especialmente la que se refiere a esa llamada renta estatal.
- Nosotros creemos, señor Ministro y, más bien estamos convencidos de ello – respondió Jaime – que el país muestra en estos momentos dos caras claramente diferenciadas: una, la de la modernización y de los tratados comerciales, y la otra, que encontramos a la vuelta de cada esquina, la de la miseria, de la cesantía, de la delincuencia, de los niños viviendo en las calles, de la mendicidad en todas sus formas, de las poblaciones marginales y la del desamparo. Ello nos llevó a agruparnos en “Democracia Directa” para hurgar en las razones por las que un país en desarrollo, pujante, trabajador, muestra tantas diferencias sociales y una agudización cada vez mayor de ellas. Y una cosa nos llevó a la otra. Para resumir puedo decirle que concluimos que el problema radica, fundamentalmente, en la obsolescencia del sistema que creemos es necesario modernizar para devolverle su carácter esencialmente democrático.
- ¿Me quiere decir que no vivimos en democracia? – apuntó el Ministro, arriscando la nariz.
- ¡Es lo que creemos!
En ese momento, interrumpiendo el diálogo, entraron en el despacho tres mozos impecablemente vestidos; con pantalones negros; chaquetas beige, que lucían un escudo de armas en el bolsillo superior; camisas del mismo color; y corbatas de humitas; con sendas bandejas con el café, vasitos con agua mineral, dulces y galletas y que, desplazándose con agilidad y movimientos calculados, sirvieron con prontitud, delicadeza y eficiencia, para después retirarse en puntillas, como si flotaran por la habitación.
- ¿Qué razones tienen para afirmar que la nuestra no es una democracia? – preguntó Soza, mientras vertía dos tabletas de sacarina en el café.
- Las razones que tenemos son varias, que sería largo enumerar, pero sucintamente le puedo señalar que la democracia no es meramente una serie de procedimientos e instrumentos para ejercer el derecho a votar y elegir periódicamente a las autoridades. Nosotros creemos que la democracia es la forma que tiene, no las oligarquías políticas y económicas, sino una ciudadanía libre, conciente y responsable de organizarse para afrontar los problemas.
- Los partidos políticos es una forma de organización.....
- Perdón, Ministro, que lo interrumpa, pero nosotros hablamos de participación y para que ello ocurra el ciudadano debe ser ante todo un ciudadano integrado a la sociedad, es decir, que el Estado le garantice su supervivencia como parte del más elemental de los derechos.
- ¿Mediante una renta estatal?
- ¡Garantizada, Ministro!
- ¿Y cómo podría financiarse algo así?
- Como se financian todas las necesidades prioritarias. Las más urgentes e ineludibles.
- ¿No cree que estaríamos desincentivando el trabajo?
- ¿A costa de tener ciudadanos sin derecho a la educación, a la salud y a la subsistencia? En todo caso esa es una justificación de la oligarquía económica, a la que le interesa tener individuos pauperizados y atemorizados ante la incertidumbre de un mañana incierto – remachó Jaime.
El resto de los presentes no intervenía. Tampoco lo hacía el Subsecretario García del Pino.
- En resumen – acotó el Ministro –, lo que ustedes quieren es que a todos el Estado le otorgue un sueldo mensual, aunque no trabajen.
- A todos los ciudadanos, es decir, desde el momento en que cumplen la edad mínima para votar. Ahora bien, ese sueldo sería incompatible con cualquier otro ingreso.
- Nadie trabajaría entonces.
- Nadie que se conformara con un sueldo mínimo. Además, creemos que el Estado sería el mayor beneficiado, pues ello permitiría por un lado eliminar una serie de beneficios dispersos, las más de las veces otorgados con criterios políticos, por otro, perfeccionar la democracia haciéndola más participativa y, por último, terminaría con la mendicidad, disminuiría la delincuencia e incorporaría una fuerza de consumo que aumentaría el empleo, subiría los sueldos y elevaría la producción....; y por ende los impuestos; cerrando el círculo.
- Todo parece muy sencillo.
- Probablemente, Ministro, pero dos más dos son cuatro.
Soza sonrió, pensando que bastaba por el momento. Consideró que ya había cumplido con las instrucciones del Presidente, ahora debía apaciguar los ánimos.
- Estimados amigos – dijo, dirigiéndose a todos en tono conciliador –, es interesante lo que proponen, pero comprenderán que, pese a que dos más dos sean cuatro, esta es una materia que requiere de un profundo estudio, ya que vendría a alterar todos los parámetros que nos rigen. Yo me comprometo a conversar al respecto con el Presidente y a sugerirle que nombre una comisión que evalúe todos los antecedentes. ¿Ustedes traen algo escrito?
- ¡Sí, señor Ministro! – respondió “Malala”, que hacía de secretaria, extendiéndole una carpeta que contenía el proyecto de lo expuesto. Soza lo hojeó con cierta displicencia y se lo pasó a García del Pino. Luego, inclinándose hacia adelante miró a Jaime desafiante y le preguntó, con socarronería, si la oposición tenía algo que ver con “Democracia Directa”.
- Nada, Ministro – respondió Jaime sonriente pero con firmeza -. Todos a los que usted ve aquí sentados, tienen un pasado político, diríamos que distinto. Yo fui un combatiente mirista; Ricardo, militó en la extrema derecha; Tania, mi señora, es uruguaya y fue tupamara; María Elena, era socialista; Carlos, nacionalista; Roberto, mirista; Julio, anarquista utópico; y José Ramón, es un demócrata desencantado, como lo somos todos nosotros. No tenemos conexión con ninguna organización del espectro político actual. Lo que nos une hoy día son los mismos ideales de nuestra juventud, pero ahora bajo la óptica del pragmatismo, de la razón y de la no-violencia.
Con la cortesía propia de un refinado diplomático Soza condujo la conversación hacia otros temas menos conflictivos, tratando de crear un ambiente acogedor que trasmitiera la buena disposición del gobierno para acoger las peticiones que tendieran a crear mejores condiciones de vida de los más empobrecidos, eludiendo utilizar términos como el desamparo, la discriminación y el abandono. Con la retórica típica del político avezado se explayó sobre los logros alcanzados en materia de crecimiento económico y sobre los planes que se barajaban para terminar con la extrema pobreza, culpando de paso, con mucha sutileza, a la oposición de entrabar todas las iniciativas, para continuar desviando la conversación con mucha habilidad hacia temas más genéricos y menos confrontacionales, como los últimos triunfos deportivos, el desarrollo de las artes y la tranquilidad social que mostraba el país.
La reunión duró poco más de una hora y terminó, en medio de apretones de mano y de alusiones a los intereses pictóricos comunes, con el compromiso del Ministro de hacer llegar a Jaime, en un plazo prudente, las conclusiones del gobierno sobre la renta estatal que “Democracia Directa” demandaba.
- La de Soza es solamente una maniobra dilatoria. El tipo es muy hábil – comentó el “Alemán” al conocer lo ocurrido en la oficina del Ministro, mientras saboreaba la jugosa carne en “Los Ladrillos Coloniales”.
- Yo pienso lo mismo – dijo Julio, y agregó -. Nunca tendremos una respuesta.
- Parece que el “gordito” se las trae – opinó “Pancho”, refiriéndose a Soza -. Al fin y al cabo es un político.
Tal como lo había prometido, “Pancho” los había esperado con un buen filete con huevos, cebollas y papas fritas, espera a la que su sumaron el “Alemán”, Cristina y el viejo René, que no fueron parte de la delegación.
Después de contar los pormenores de la reunión que, a decir verdad, a nadie dejó satisfecho, se sentaron a almorzar y a comentar los resultados.
- El tipo sabe de pintura – dijo Ricardo –, pero es evidente que también domina el arte de escabullirse y de sortear las dificultades.
- Creo que más no podíamos pretender. Soza nos recibió siguiendo las instrucciones del Presidente, y así lo dejó en claro, y a lo que único que se comprometió fue a estudiar el asunto de la renta estatal y a nada más. Pienso que ellos creen que cumplieron con escucharnos y nosotros, a su vez, cumplimos con acceder a la invitación, pero todo sigue igual. Esta es una situación de statu quo – manifestó Jaime.
- ¿Eso quiere decir que nos quedaremos sentados esperando? –preguntó Cristina.
- ¡Claro que no! No hubo ningún compromiso al respecto. Ellos estudian el proyecto sobre la renta estatal que les presentamos y nosotros seguir adelante con nuestras actividades – respondió Julio.
- ¿Y cuáles es el paso siguiente? – volvió Cristina a preguntar.
- La Declaración de Principios y su divulgación en una conferencia de prensa – aclaró Jaime.
- Podríamos sumarnos a la campaña de ayuda para los afectados por la lluvia – propuso Roberto.
- ¿Cuál de todas? ¿La de la frazada, la del techo, la de los alimentos o la de la vivienda básica? – inquirió burlón el viejo René.
- René tiene razón al burlarse – intervino “El Profeta”, y prosiguió -. Con estas campañas lo único que se logra es perpetuar los problemas sociales que el gobierno y los políticos deben solucionar de una vez por todas. No sería raro que sean ellos mismos los que impulsan las campañas de solidaridad para tapar su irresponsabilidad y su ineficiencia. Pero, bueno, no es justo que los pobres paguen por ese montón de incapaces. Me asocio a la idea de Roberto y propongo que nos unamos a la campaña de la frazada de los curas.
- ¿De los curas? – saltó Carlos, agnóstico confeso, interrogando sorprendido.
- Sí, de los curas – respondió “El Profeta” –. Aunque no son santos de mi devoción, me merecen mayor confianza que todas esas organizaciones gubernamentales, las con timbre político o aquellas que buscan publicidad con el drama ajeno.
- Propongo a “Malala”, al “Profeta” y a Roberto para que organicen la colaboración con la campaña de la frazada – sugirió Jaime.
Todos dieron su aprobación.
Aunque casi todos opinaron que la reunión con el Ministro no había arrojado nada provechoso, Julio pensaba que se había dado un paso que era de suma necesidad dar en el itinerario del movimiento. Si el gobierno con su invitación había validado políticamente a “Democracia Directa”, a los partidos políticos no les quedaba otro camino que considerar con seriedad sus demandas. Era, entonces, imprescindible mantener la ofensiva formulando, en breve plazo, a través de la Declaración de Principios, el proyecto político que tenían en mente.
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Julio, Jaime, y Tania al medio tomada de los brazos de los dos, iban adelante, y unos pocos pasos más atrás Ricardo, Roberto, “Malala”, Carlos y “El Profeta”. Todos vestían con la adecuada formalidad propicia para la ocasión, salvo éste último que, envuelto su larguirucho cuerpo en su abrigo negro, había dejado su larga y oscura cabellera suelta. Sus rostros, gracias a la abundante publicidad lograda por los acontecimientos que se sucedieron con motivo de la última movilización, ya eran conocidos por gran parte del público, especialmente por los de mayor edad y por los jóvenes que la política no había logrado motivar, lo que originaba que a su paso por las calles céntricas fueran saludados afectuosamente por los transeúntes, algunos de los cuales les daban aliento con enardecidas frases.
No había duda que la cruzada en que se habían embarcado empezaba a prender en el ánimo de la ciudadanía, y tampoco había duda que sus planteamientos habían despertado la inquietud en las esferas de gobierno y en el ámbito político en general. La invitación a conversar con el Jefe del Gabinete era una clara muestra de ello.
Al ingresar a la plaza rodeada por hermosos jardines y por las estatuas de pretéritos gobernantes que anteceden a la sede de gobierno, donde funcionan las oficinas del Ministro, una multitud que les esperaba, para sorpresa de la delegación, estalló en vítores en medio de un bosque de pañuelos blancos y de pancartas que comenzaron a agitarse como sacudidas por un furioso vendaval.
Soza, en compañía del Presidente Lagunas de Escobedo, observaba con molestia desde el segundo piso las demostraciones de la muchedumbre que se había congregado en el frontis norte del palacio.
- ¡Esto es inaudito! – dijo, arriscando repetidas veces la nariz -. ¡Cómo es posible que me hayas obligado a recibirlos! – agregó, dirigiéndose al Presidente.
- Tenemos que escucharlos – respondió Lagunas -. No debes olvidar que sus demandas son un caldo de cultivo para la oposición. ¡No podemos ignorarlos!
- ¡Han atropellado a la autoridad! ¡Se han concentrado dos veces! ¡Han paralizado el Ministerio de la Previsión, la Tesorería, el Registro Civil y la principal Municipalidad del país! ¡Han alterado el orden público! ¡Tienen al país revolucionado con sus ridículas demandas! ¡Y en lugar de someterlos a proceso por revoltosos los recibimos como vencedores!
- Te lo repito una vez más, “Miguelón”, debemos escucharlos. Si no los recibimos harán mucho más ruido del que han hecho hasta ahora – insistió el Presidente, en tono conciliador.
“Miguelón”, era el mote derivado de su nombre de pila con el que el Ministro Soza era conocido entre sus más cercanos, y que muy pocos se atrevían a utilizar desde que se proyectara hasta las alturas del poder al que había ascendido por méritos propios. Como Ministro del Interior, y de hecho vicepresidente de la República, era el segundo hombre en el país, y aunque su cargo no era de elección popular y dependía exclusivamente de la voluntad presidencial y del beneplácito de su partido, se sentía merecedor de él, por lo que acostumbraba a hablar con propiedad. Es posible que en la intimidad con su conciencia sintiera cierta envidia del Presidente Lagunas que, en gabinetes de presidentes anteriores, había sido su subalterno. Pero Soza era realista, y aunque se sentía más capacitado que el actual presidente, y con mayor razón que los precedentes, sabía que no tenía lo que ellos habían logrado edificar: ese carisma artificial y esa imagen electoral gracias al marketing con el que las cúpulas políticas y los grupos de poder acostumbran a construir alrededor de sus candidatos; independiente de los méritos; que invitaba a la gente a confiarles su voto.
Soza, furioso, se paseaba con las manos a la espalda y la cabeza gacha por la alfombrada sala presidencial deteniéndose, de tanto en tanto, ante los periódicos diseminados sobre el escritorio de Lagunas que no se cansaba de examinar.
- “Rigo”, estamos demostrado debilidad – dijo, dirigiéndose en tono conciliador a su camarada de partido, y agregó, exhibiendo uno de los periódicos y leyendo en voz alta una vez más su titular principal -. “El Presidente dispone que el Ministro Soza reciba a la directiva de Democracia Directa y atienda sus demandas. La original presión ejercida por la tercera edad con la creciente solidaridad de otros estamentos se hace insostenible para el gobierno. Los políticos inquietos ante el anuncio de una revolucionaria Declaración de Principios de la nueva colectividad”.
- ...
- ¡Y este otro pasquín! –, continuó, tomando “El Imparcial”, contradictoriamente de reconocida y tenaz tendencia opositora -. “Gobierno tambalea. Soza, arrisca la nariz y la oposición guarda silencio”. Doña Greta; la “Madama”; dice en “Galaxia Noticias” que los viejos revoltosos piden un sueldo hasta para las dueñas de casa, y Gloria Leyton, en “La Cañada”, que la directiva ha llamado a la desobediencia civil sino accedemos a sus demandas. ¡Eso es sedición y podemos procesarlos por atentar en contra la seguridad del Estado!
- Calma, Miguelón, calma – trató de apaciguarlo el Presidente -. Ten por seguro que con habilidad controlaremos la situación. Ahora, vete a tu despacho, recibe a la directiva y, tal cual lo conversamos, “dórales la píldora”, promételes que sus peticiones serán estudiadas, culpa a la oposición y ofréceles el respaldo del gobierno a sus demandas. No olvides que estamos a las puertas de una elección.
- ¡Está bien! – refunfuñó Soza malhumorado -. Te informaré en cuanto termine la reunión – y salió de la sala a grandes zancadas para dirigirse a su oficina en el primer piso del palacio presidencial.
En el descanso de la escalera se encontró con el Subsecretario que iba en su busca para anunciarle que la directiva de “Democracia Directa” había llegado y lo esperaba.
En la antesala del despacho ministerial, custodiada la entrada por policías de civil, Jaime, Julio, Tania, “Malala” y “El Profeta” conversaban en voz baja, mientras Ricardo, Carlos y Roberto examinaban las históricas pinturas que adornaban las paredes.
- “El Huaso y la Lavandera”, de Rugendas – exclamó, extasiado, Ricardo, ante el óleo del pintor alemán
- Y allá está “La Reina del Mercado”, del mismo Rugendas – le indicó Roberto, señalando un óleo en la pared opuesta.
- Y al lado el “Paisaje”, del neoclásico Monvoisin – agregó Carlos.
Ricardo, con ojo de experto, inspeccionaba hasta los más mínimos detalles de los óleos, comentándoselos, con amplio conocimiento pictórico, a sus amigos.
- ¡Parece que compartimos gustos! –, exclamó el Ministro Soza, a modo de saludo, dirigiéndose a Ricardo al ingresar a la antesala, con una sonrisa de oreja a oreja que contrastaba con el rostro agrio que hacía algunos minutos exhibía en el despacho presidencial -. ¿Don Jaime Mendoza? – preguntó a continuación, extendiéndole la mano.
- Ricardo Setti – tartamudeó Ricardo sorprendido, estrechando la mano del Ministro.
Jaime, que había quedado a espaldas del Secretario de Estado, se adelantó y se presentó, procediendo luego a presentar a los restantes dirigentes. Mientras Soza los iba saludando uno a uno comentaba su afición por la pintura histórica, destacando sus preferencias por Raymond Quinsac Monvoisin, por Juan Mauricio Rugendas, por Thomas Somercales y por Benjamín Subercaseaux, ganándose la inmediata simpatía de Ricardo.
- ¡Adelante! ¡Pasen, por favor! – invitó Soza, dando paso franco para entrar en su despacho, cuya puerta la secretaria había abierto.
- ¡Asiento! –, ofreció a sus invitados, acercándose a la amplia, elegante y extensa mesa de conferencias rodeada por cómodos sillones dispuestos para dieciocho personas, y tomando lugar en la cabecera, seguido del Subsecretario García del Pino, quien se arrellanó a la derecha de su jefe -. ¿Un café? ¿Una bebida?
- ¡Gracias! Un café por favor – respondió Jaime, y todos los demás asintieron. Soza le hizo una señal a Maggie, la secretaria, y ésta respondió con otra y salió del despacho. Mientras los invitados se acomodaban, Soza continuó haciendo algunos alcances a las pinturas, mostrando su mejor sonrisa para relajar el ambiente, sabedor que la reunión podía se tensa.
- El Presidente – comenzó diciendo para entrar en materia –, me pidió concretar esta entrevista para conocer desde la misma fuente sus inquietudes y demandas que han salido a la luz pública en las dos últimas manifestaciones a que ustedes han convocado y que han llamado la atención del gobierno, especialmente la que se refiere a esa llamada renta estatal.
- Nosotros creemos, señor Ministro y, más bien estamos convencidos de ello – respondió Jaime – que el país muestra en estos momentos dos caras claramente diferenciadas: una, la de la modernización y de los tratados comerciales, y la otra, que encontramos a la vuelta de cada esquina, la de la miseria, de la cesantía, de la delincuencia, de los niños viviendo en las calles, de la mendicidad en todas sus formas, de las poblaciones marginales y la del desamparo. Ello nos llevó a agruparnos en “Democracia Directa” para hurgar en las razones por las que un país en desarrollo, pujante, trabajador, muestra tantas diferencias sociales y una agudización cada vez mayor de ellas. Y una cosa nos llevó a la otra. Para resumir puedo decirle que concluimos que el problema radica, fundamentalmente, en la obsolescencia del sistema que creemos es necesario modernizar para devolverle su carácter esencialmente democrático.
- ¿Me quiere decir que no vivimos en democracia? – apuntó el Ministro, arriscando la nariz.
- ¡Es lo que creemos!
En ese momento, interrumpiendo el diálogo, entraron en el despacho tres mozos impecablemente vestidos; con pantalones negros; chaquetas beige, que lucían un escudo de armas en el bolsillo superior; camisas del mismo color; y corbatas de humitas; con sendas bandejas con el café, vasitos con agua mineral, dulces y galletas y que, desplazándose con agilidad y movimientos calculados, sirvieron con prontitud, delicadeza y eficiencia, para después retirarse en puntillas, como si flotaran por la habitación.
- ¿Qué razones tienen para afirmar que la nuestra no es una democracia? – preguntó Soza, mientras vertía dos tabletas de sacarina en el café.
- Las razones que tenemos son varias, que sería largo enumerar, pero sucintamente le puedo señalar que la democracia no es meramente una serie de procedimientos e instrumentos para ejercer el derecho a votar y elegir periódicamente a las autoridades. Nosotros creemos que la democracia es la forma que tiene, no las oligarquías políticas y económicas, sino una ciudadanía libre, conciente y responsable de organizarse para afrontar los problemas.
- Los partidos políticos es una forma de organización.....
- Perdón, Ministro, que lo interrumpa, pero nosotros hablamos de participación y para que ello ocurra el ciudadano debe ser ante todo un ciudadano integrado a la sociedad, es decir, que el Estado le garantice su supervivencia como parte del más elemental de los derechos.
- ¿Mediante una renta estatal?
- ¡Garantizada, Ministro!
- ¿Y cómo podría financiarse algo así?
- Como se financian todas las necesidades prioritarias. Las más urgentes e ineludibles.
- ¿No cree que estaríamos desincentivando el trabajo?
- ¿A costa de tener ciudadanos sin derecho a la educación, a la salud y a la subsistencia? En todo caso esa es una justificación de la oligarquía económica, a la que le interesa tener individuos pauperizados y atemorizados ante la incertidumbre de un mañana incierto – remachó Jaime.
El resto de los presentes no intervenía. Tampoco lo hacía el Subsecretario García del Pino.
- En resumen – acotó el Ministro –, lo que ustedes quieren es que a todos el Estado le otorgue un sueldo mensual, aunque no trabajen.
- A todos los ciudadanos, es decir, desde el momento en que cumplen la edad mínima para votar. Ahora bien, ese sueldo sería incompatible con cualquier otro ingreso.
- Nadie trabajaría entonces.
- Nadie que se conformara con un sueldo mínimo. Además, creemos que el Estado sería el mayor beneficiado, pues ello permitiría por un lado eliminar una serie de beneficios dispersos, las más de las veces otorgados con criterios políticos, por otro, perfeccionar la democracia haciéndola más participativa y, por último, terminaría con la mendicidad, disminuiría la delincuencia e incorporaría una fuerza de consumo que aumentaría el empleo, subiría los sueldos y elevaría la producción....; y por ende los impuestos; cerrando el círculo.
- Todo parece muy sencillo.
- Probablemente, Ministro, pero dos más dos son cuatro.
Soza sonrió, pensando que bastaba por el momento. Consideró que ya había cumplido con las instrucciones del Presidente, ahora debía apaciguar los ánimos.
- Estimados amigos – dijo, dirigiéndose a todos en tono conciliador –, es interesante lo que proponen, pero comprenderán que, pese a que dos más dos sean cuatro, esta es una materia que requiere de un profundo estudio, ya que vendría a alterar todos los parámetros que nos rigen. Yo me comprometo a conversar al respecto con el Presidente y a sugerirle que nombre una comisión que evalúe todos los antecedentes. ¿Ustedes traen algo escrito?
- ¡Sí, señor Ministro! – respondió “Malala”, que hacía de secretaria, extendiéndole una carpeta que contenía el proyecto de lo expuesto. Soza lo hojeó con cierta displicencia y se lo pasó a García del Pino. Luego, inclinándose hacia adelante miró a Jaime desafiante y le preguntó, con socarronería, si la oposición tenía algo que ver con “Democracia Directa”.
- Nada, Ministro – respondió Jaime sonriente pero con firmeza -. Todos a los que usted ve aquí sentados, tienen un pasado político, diríamos que distinto. Yo fui un combatiente mirista; Ricardo, militó en la extrema derecha; Tania, mi señora, es uruguaya y fue tupamara; María Elena, era socialista; Carlos, nacionalista; Roberto, mirista; Julio, anarquista utópico; y José Ramón, es un demócrata desencantado, como lo somos todos nosotros. No tenemos conexión con ninguna organización del espectro político actual. Lo que nos une hoy día son los mismos ideales de nuestra juventud, pero ahora bajo la óptica del pragmatismo, de la razón y de la no-violencia.
Con la cortesía propia de un refinado diplomático Soza condujo la conversación hacia otros temas menos conflictivos, tratando de crear un ambiente acogedor que trasmitiera la buena disposición del gobierno para acoger las peticiones que tendieran a crear mejores condiciones de vida de los más empobrecidos, eludiendo utilizar términos como el desamparo, la discriminación y el abandono. Con la retórica típica del político avezado se explayó sobre los logros alcanzados en materia de crecimiento económico y sobre los planes que se barajaban para terminar con la extrema pobreza, culpando de paso, con mucha sutileza, a la oposición de entrabar todas las iniciativas, para continuar desviando la conversación con mucha habilidad hacia temas más genéricos y menos confrontacionales, como los últimos triunfos deportivos, el desarrollo de las artes y la tranquilidad social que mostraba el país.
La reunión duró poco más de una hora y terminó, en medio de apretones de mano y de alusiones a los intereses pictóricos comunes, con el compromiso del Ministro de hacer llegar a Jaime, en un plazo prudente, las conclusiones del gobierno sobre la renta estatal que “Democracia Directa” demandaba.
- La de Soza es solamente una maniobra dilatoria. El tipo es muy hábil – comentó el “Alemán” al conocer lo ocurrido en la oficina del Ministro, mientras saboreaba la jugosa carne en “Los Ladrillos Coloniales”.
- Yo pienso lo mismo – dijo Julio, y agregó -. Nunca tendremos una respuesta.
- Parece que el “gordito” se las trae – opinó “Pancho”, refiriéndose a Soza -. Al fin y al cabo es un político.
Tal como lo había prometido, “Pancho” los había esperado con un buen filete con huevos, cebollas y papas fritas, espera a la que su sumaron el “Alemán”, Cristina y el viejo René, que no fueron parte de la delegación.
Después de contar los pormenores de la reunión que, a decir verdad, a nadie dejó satisfecho, se sentaron a almorzar y a comentar los resultados.
- El tipo sabe de pintura – dijo Ricardo –, pero es evidente que también domina el arte de escabullirse y de sortear las dificultades.
- Creo que más no podíamos pretender. Soza nos recibió siguiendo las instrucciones del Presidente, y así lo dejó en claro, y a lo que único que se comprometió fue a estudiar el asunto de la renta estatal y a nada más. Pienso que ellos creen que cumplieron con escucharnos y nosotros, a su vez, cumplimos con acceder a la invitación, pero todo sigue igual. Esta es una situación de statu quo – manifestó Jaime.
- ¿Eso quiere decir que nos quedaremos sentados esperando? –preguntó Cristina.
- ¡Claro que no! No hubo ningún compromiso al respecto. Ellos estudian el proyecto sobre la renta estatal que les presentamos y nosotros seguir adelante con nuestras actividades – respondió Julio.
- ¿Y cuáles es el paso siguiente? – volvió Cristina a preguntar.
- La Declaración de Principios y su divulgación en una conferencia de prensa – aclaró Jaime.
- Podríamos sumarnos a la campaña de ayuda para los afectados por la lluvia – propuso Roberto.
- ¿Cuál de todas? ¿La de la frazada, la del techo, la de los alimentos o la de la vivienda básica? – inquirió burlón el viejo René.
- René tiene razón al burlarse – intervino “El Profeta”, y prosiguió -. Con estas campañas lo único que se logra es perpetuar los problemas sociales que el gobierno y los políticos deben solucionar de una vez por todas. No sería raro que sean ellos mismos los que impulsan las campañas de solidaridad para tapar su irresponsabilidad y su ineficiencia. Pero, bueno, no es justo que los pobres paguen por ese montón de incapaces. Me asocio a la idea de Roberto y propongo que nos unamos a la campaña de la frazada de los curas.
- ¿De los curas? – saltó Carlos, agnóstico confeso, interrogando sorprendido.
- Sí, de los curas – respondió “El Profeta” –. Aunque no son santos de mi devoción, me merecen mayor confianza que todas esas organizaciones gubernamentales, las con timbre político o aquellas que buscan publicidad con el drama ajeno.
- Propongo a “Malala”, al “Profeta” y a Roberto para que organicen la colaboración con la campaña de la frazada – sugirió Jaime.
Todos dieron su aprobación.
Aunque casi todos opinaron que la reunión con el Ministro no había arrojado nada provechoso, Julio pensaba que se había dado un paso que era de suma necesidad dar en el itinerario del movimiento. Si el gobierno con su invitación había validado políticamente a “Democracia Directa”, a los partidos políticos no les quedaba otro camino que considerar con seriedad sus demandas. Era, entonces, imprescindible mantener la ofensiva formulando, en breve plazo, a través de la Declaración de Principios, el proyecto político que tenían en mente.
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Continuará
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