martes, 19 de mayo de 2009

EDITORIAL: EL ESCENARIO POLÍTICO Y EL CAMBIO

EL ESCENARIO POLÍTICO Y EL CAMBIO.

El momento político que se vive - para muchos sorpresivo, desordenado, confuso e inexplicable -, obedece, sin duda, a una situación anunciada que fue fácil de prever desde una visión objetiva no comprometida con los beneficios del poder.
Ambas coaliciones – Concertación y Alianza – por el conjuro de maquinarias políticas bien aceitadas posicionaron desde sus filas a los dos peores candidatos posibles, y para ello han contado con el respaldo de los medios de comunicación de los que disponen y la complicidad de periodistas subordinados laboralmente, más comprometidos con su seguridad económica, con su bienestar y con sus ideologías partidarias que con su conciencia, su patriotismo o su ética profesional, y con su obligación moral de informar objetivamente y con imparcialidad.
La elección de estos dos candidatos no obedeció a ningún procedimiento de naturaleza democrática, si no que, por el contrario, fue el resultado de operaciones previas y despiadadas de los grupos de poder al interior de los partidos que luchan por su sobrevivencia, sin economizar medios a utilizar en la consecución por imponer a sus respectivos abanderados que les garantizan el usufructo de los beneficios del poder. En esta selección no operó ningún procedimiento democrático.
El remedo de primarias de la Concertación fue una operación más que nada destinada, exclusivamente, a legitimar, burdamente ante la opinión pública, un proceso a todas luces espurio.
En la Alianza el procedimiento fue distinto en la forma pero, en el fondo, fue más de lo mismo a que los políticos tradicionales y los profesionales de la política que se benefician del Estado nos tienen acostumbrados.
Si alguien, que siendo o haya sido militante, adherente o simple simpatizante de alguno de los partidos que son parte de la Concertación o de la Alianza, no hubiese sido consultado ni convocado en ninguna instancia, es decir, que no haya tenido participación en la elección de los candidatos presidenciales, confirma fehacientemente el aserto.
Estos procedimientos nos llevan, irremediablemente, a concluir que es necesario democratizar a los partidos, permitiendo la participación universal y directa en la toma de decisiones más trascendentes y delegando en representantes, solamente, aquellas que responden a los lineamentos ideológicos o programáticos de estas organizaciones constituidas originalmente como corrientes de opinión.
La inesperada opción que encarna un joven diputado, que surge imprevistamente con un explosivo crecimiento en las encuestas, es un reflejo de un sistema que ha colapsado y que representa el fracaso de alinear a los partidos en coaliciones, alianzas o pactos, sin que importen sus fundamentos ideológicos ni sus valores partidarios, sólo para alcanzar el poder por el poder. La ley electoral, con el binominal como su más relevante característica, es una espina clavada en la columna vertebral de la democracia.
La irracionalidad de los planteamientos, y la simplicidad y vulgaridad en que se encuentran insertas las campañas, donde no se escatima ninguna actividad que se presuma reporte algún beneficio publicitario, desde los velorios, pasando por grotescas representaciones de índole farandulera, sirven a los propósitos, acompañadas de las descalificaciones mutuas de los bandos y de sus mesiánicos abanderados en pugna, de discursos demagógicos y de promesas que responden más a un mercadeo propio de una feria de abastos, que a la seriedad y dignidad que debiera investir a quien pretende ocupar el solio presidencial.
El cambio, que para algunos se reduce a un cambio generacional o al simplismo del reemplazo de rostros por otros rostros más jóvenes, o al relevo de un conglomerado por el otro, es la demostración más evidente del distanciamiento de los políticos tradicionales con la ciudadanía - a la que diagnostican de ingenua y presumen de ignorante -, que confirma, una vez más, que los candidatos y las coaliciones no entienden que el cambio que se reclama es un cambio estructural, algo serio, profundo y con fundamentos, que ellos, en realidad, en nada representan.

El Editor

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