viernes, 21 de marzo de 2008

NICOLAS PALACIOS: MEDICO, IDEOLOGO Y PERIODISTA (*)

El autor de las crónicas de prensa que hoy se publican es apenas conocido por “Raza chilena”. No se le menciona en aula. Mientras se apresta el establishment a festejar el Bicentenario se desconoce la legión del Centenario de la cual es figura destacada. No falta el microcéfalo que lo identifica con el nacismo. Se trata de un error, pues esa obra antecede a Mussolini y a Hitler. Antes de analizar sus teorías etnológicas es conveniente ubicarlo en su contexto sociohistórico. Se trata de uno de los contestatarios de 1910. Su biografía exhibe tres datos que son claves: es provinciano, de clase media y producto del Estado docente. Nace en Santa Cruz, Colchagua –riñón de la chilenidad– en 1854. Cursa básica en lo que entonces es un aldeón de casas de adobe y teja. Luego en Santiago estudia en el Instituto Nacional. Ingresa, con posterioridad, a Medicina de la Universidad de Chile. Contribuyen a plasmar sus convicciones Francisco Bilbao, Diego Barros Arana, Manuel A. Matta y, de modo particular, José V. Lastarria. Sus estudios lo adscriben a la doctrina darwinista y algo más tarde a las teorías spencerianas.

Al estallar la Guerra del Pacífico se incorpora a la campaña. En 1890 obtiene el título de médico cirujano. Sobre la marcha analiza a Gobineau, Ammon, Lapouge y Chamberlain. En esos años se sumerge la biología, etnología, psicología, filología e historia de España y Chile. Apoyado en tales estudios se entrega a la dilucidación del origen del pueblo chileno. Se puede sostener que es la etapa en que se gesta “Raza chilena”. En la contrarrevolución de 1891 permanece neutral. Sin embargo, simpatiza con los principios jurídicos enarbolados por los adversarios de Balmaceda: libertad electoral y preponderancia del Poder Legislativo. A poco andar –después de Concón y Placilla– y ya radicado en Iquique suscribe el programa del Presidente mártir propiciando la nacionalización de la minería salitrera, de la ferrovía y de la banca. Ello cristaliza en una postura nacionalista. El capitalismo británico y la oligarquía criolla serán siempre visualizados como enemigos. Combate la denominada “combinación salitrera” cuyo manejo es londinense. De allí que los británicos residentes lo aíslen etiquetándolo de “bóxer” equivalente a ser ayer visualizado como “vietcong” u hoy afiliado a Al Qaeda. Brega por dar al Estado un mayor protagonismo económico y es proteccionista, es decir, se adscribe al nacionalismo económico. Se opondrá, en consecuencia, la doctrina liberal que, desde la cátedra de Economía Política de la Universidad de Chile, difunde el académico francés Juan Gustavo Courcelle Seneuil quien es el pionero del modelo impuesto por los Chicago Boys y perfeccionado por la actual coalición de gobierno.

Su trabajo de médico en los campamentos le permite conocer in situ al pueblo trabajador al que ve sometido a duras condiciones de vida. Su permanencia en Tarapacá se traduce en adhesión apasionada a las clases populares. Sus estudios los complementa con la observación directa «conversando con jornaleros, mayordomos y artesanos». Allá, en el norte, prepara su obra tan magna como controvertida: “Raza chilena”. Este texto –recientemente reeditado– posee carácter patriótico. Se equivoca donde expone sus teorías raciales. Sin duda, el chileno medio no es un espécimen mixto tudescoaraucano. No obstante, es tan lúcido como irreverente al dar señal de alarma ante los problemas económicos y sociales de Chile. Su publicación es una protesta frente al imperialismo económico, las injusticias imperantes y la europeización de la elite. Así lo reitera en las crónicas de prensa en que denuncia la masacre de pampinos en huelga. Eso que el “roto” es un mestizo góticomapuche es teoría con la cual no coincidimos. El chileno legítimo –sostiene– es ajeno a la latinidad, aunque sus apellidos y el castellano indiquen lo contrario. Su defensa del mestizaje, como fenómeno, sin embargo, es un aporte que contribuye a superar el afán euroblanquista que ha sido impuesto al país por la casta dominante.

Palacios en una sesión del Ateneo expone la tesis “Decadencia del espíritu de nacionalidad”. Es difícil definirlo con esa precisión reduccionista tan difundida de “izquierda” o “derecha”. Lo cierto es que escapa a tan estrecha y afrancesada clasificación. Ubicarlo dentro de una filiación ideológica precisa, imposible. Aunque, fundamentado en la ciencia de su momento en lo etnológico está equivocado. Por otro lado, aunque defensor de la democracia condena al socialismo. Es –a veces– contradictorio. Sin embargo, denuncia las miserables condiciones de vida de labriegos y mineros. Las conoce empíricamente por ser oriundo del Chile central y por vivir tres lustros en el norte salitrero, ejerciendo su apostolado en contacto con los pampinos. Es crítico de la clase dominante y, en cambio, reivindica a la masa popular. La exalta en lo biológico, en lo psíquico y en lo social. La estima postergada enjuiciando como torpe traer inmigrantes europeos para la colonización agraria. Igual que Simón Rodríguez exige criollos para tal empresa. Ello –entre otros factores– porque se percata que miles emigran a Argentina.

Sostiene sus enfoques por la prensa firmando notas como “Justo Pérez” o “Un Roto”. Tema principal, aunque no único: la explotación padecida por los obreros salitreros. Esta inquietud vuelve a actualizarse al referirse en varios reportajes a la masacre de la Escuela Santa María. Los remite a Valparaíso. Constituyen la denuncia más contundente del genocidio de naturaleza conosureña. Los publica el diario “El Chileno” sostenido por el Arzobispado de dicho Puerto. Hoy se rescatan en la conmemoración centenaria de esa hecatombe. En brega con los microfilms de la Biblioteca Nacional se logran publicar en la presente obra que se entrega como homenaje al Pampino Desconocido. Verifican que el genuino nacionalismo que anima a Palacios no ha estado jamás divorciado del afán de justicia social. Está dedicado al Dr. Diego Whitaker Rojas quien –amén de padecer incomprensiones de montescos y capuletos– es un apóstol de la medicina social en Santiago surponiente. Constituye, además, el aporte del Centro Recoleta de la Universidad Arturo Prat al centenario de aquel luctuoso suceso que enluta al país.

Sorprende la visión global de Palacios. Aunque arrinconado en un villorrio salitrero en aquel Norte Grande transformado en factoría británica, posee radares que le permiten asomarse a la denominada cuestión social a través de la experiencia europea. Desde otro ángulo, se yergue como un soldado antimperialista en guerra contra las trasnacionales. No sólo lo anotado –medio siglo antes que Gandhi y Nehru capta la resistencia nacionalista de la India al coloniaje británico. Incluso demuestra conocer –a cabalidad– la pugna armada del Sinn Féin –progenitor del IRA– que, en el corazón del Reino Unido, combate contra la hegemonía de Londres. Escribe un decenio antes de estallar la Revolución Mexicana que no sólo es agrarista, sino también se propone sacudir la tutela de Washington y casi veinte antes del proceso soviético que encabezan Lenin y Trotski sobre los escombros de la Rusia de los Zares. Es adversario del anarquismo y del comunismo por su sesgo mundializante. Lo sustantivo en su programa es la nación. Por tal motivo está emparentado con los diversos caudillos tercermundistas entre los cuales -en un variopinto contexto- se mezclan Pedro Albizú Campos, Haya de la Torre y Perón así como Grove, Velasco Alvarado y Ho Chi Minh.

La educación pública es motivo de inquietud para Palacios. Insiste que constituye un escándalo que 70 de cada 100 chilenos sean analfabetos. Informa que el Congreso rechaza un proyecto de instrucción básica obligatoria. Como todos los representantes contestatarios del Centenario impulsa ese texto legal que dos decenios después logra imponerse durante la Presidencia de Juan Luis Sanfuentes. Argumenta: “la escuela es fábrica de fuerza social y la ilustración arma de triunfo en la lucha por la vida. No debemos omitir ningún esfuerzo hasta obtenerla para todo chileno. No nos detengamos ante el dilema que las escuelas sean laicas o conventuales. Lo importante es que existan. Todo roto sabe de lo importantes que son y si quedan ignorantes es porque no han tenido una en cuatro leguas a la redonda a donde mandar a sus hijos”. Sin embargo, insiste en que imparta educación tecnológica y no palabrera. En ello antecede a Francisco Antonio Encina que un lustro más tarde replantea esta doctrina pedagógica con mayor fundamento en “Nuestra inferioridad económica” y en “La educación económica y el liceo” y a Darío Salas que en “El problema nacional” exige la escolarización compulsiva.

.Lo expuesto demuestra lo precursor de su ideario, pese a lo discutible de las teorías raciales que expone. Expresa las angustias de un hombre de la mesocracia que, en torno al Centenario. Es uno de los “autoflagelantes” del Centenario entre los que sobresalen Guillermo Subercaseaux Pérez, Tancredo Pinochet Le-Brun, Francisco Antonio Encina, Julio Saavedra, Luis Galdames, Alberto Edwards, Alejandro Venegas, Pedro Allende. Estos “aguafiestas” las emprenden contra el festejo. Enjuician el desgobierno propio del parlamentarismo y la desmoralización de la clase política. Estima corrupta a la elite dirigente. Denuncian la miseria de “los de abajo” y el despilfarro de la “la gente linda”. Critican la decadencia moral de la administración pública, en la que menudean desfalcos, substracción de documentos, falsificaciones e incompetencia. Los inquieta la infiltración británica de la economía y de los estilos de existencia así como el pauperismo de las clases populares.

Al analizar la ocupación de los espacios vacíos estima que la agricultura posee futuro. Pero, nuestro territorio debe ser, a su entender, poblado en forma sistemática por chilenos y no por emigrantes extranjeros. Al vincularse al suelo, en debidas condiciones, prosperan y producen. Condena la estrategia de colonización cuyo móvil es generar un nuevo latifundio vía remate de predios fiscales. Su sueño es plasmar una clase media rural de granjeros tipo farmers de EEUU con afán modernizador del agro y cuya labor genere chilenidad rural. Es defensor apasionado de los mapuches víctimas de la ominosa expropiación de su terruño no por España, sino por la administración del Presidente Domingo Santa María. Problema –como sabemos– con solución aún pendiente. Aboga también por otros damnificados: los colonos criollos de cuyas hijuelas son desalojados –igual que los araucanos– por tinterillos venales, jueces corruptos y la fuerza pública. No escapan de cuestionamiento las concesiones a empresas extranjeras de vastas superficies de la Patagonia para la explotación ovina. Siempre, alega, se privilegia al extranjero y se perjudica al paisano.

El programa de Nicolás Palacios es de un vigoroso nacionalismo constructivista. Sus puntos esenciales tienden a imponer justicia social, ampliar la educación tecnológica, nacionalizar la minería y, en particular, el salitre, establecer la industria pesada, fomentar la producción agropecuaria, desarrollar la flota mercante y pesquera. Un siglo ha transcurrido desde que formula este programa y se publican estos reportajes sobre la masacre de pampinos chilenos, peruanos, bolivianos y argentinos en Iquique el 21.12.1907. Hoy se reeditan dichas crónicas de prensa. Son nuestra contribución al rescate de la memoria colectiva. El ideario de este médico y chileonólogo conserva vigencia. Representa la fe en lo que somos y combaten la siutiquería de imitar lo foráneo y de vivir en la impostura de creernos europeos. Constituye un hálito de optimismo en un país –que al igual que otros de nuestra América– padece de complejo de inferioridad. De allí la frase “la raza es la mala” mientras cubren de elogio al euroinmigrante y su progenie. Los reportajes ahora republicados son la defensa de los pampinos víctimas de la metralla. Del fondo de la historia este galeno apostolar invita al orgullo de lo que denomina “raza chilena” y expresa indignación por la hecatombe.

Cabe sin embargo, añadir que el médico convertido por la circunstancia en periodista no se sumerge en el maniqueísmo de separar a los protagonistas de la atroz jornada en una simplona pugna entre “buenos” y “malos” siendo el Caín sólo el general Silva Renard. Deja constancia del tejido social y político de la época poniendo de relieve la funesta intervención del ministro del Interior de entonces –Rafael Sotomayor–, de la actitud de la clase política, de la miopía de las FFAA, de los vacíos legales para enfrentar situaciones como la que desembocan en el ametrallamiento y, sobre todo, el influjo dañino de lo que denomina “el partido inglés” que asocia a gerentes y empleados de las empresas explotadoras del nitrato de sodio que operan con respaldo del Reino Unido. Palacios no usa el término, pero ese predominio conseguido por la victoria anglo-oligárquica sobre Balmaceda es el imperialismo. El término ahora no se usa. Los colonos mentales lo suplantan por “globalización”. Es el modo de anestesiarnos ante la penetración de las superpotencias. Con el autor de “Raza chilena” y del reportaje al asesinato masivo de calicheros nos proclamamos antimperialistas. Si nos apuran –sin complejos– enarbolamos, ajenos a cualquier partido, bandera nacionalista. Desde luego nos oponemos a que la clase política actual pretenda obtener dividendos electorales de la tragedia del 21.12.1907 que con tanta brillantez y profundidad analiza Nicolás Palacios.


Prof. Pedro Godoy P.& Prof. Gustavo Galarce M.
Universidad Arturo Prat

(*) Prólogo a obra “Día de sangre. Nicolás Palacios y el genocidio obrero en Iquique”.

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