EL MERCURIO
Domingo 29.Agosto.2010)
Las reglas de Piñera
Carlos Peña
Carlos Peña
La forma en que el Presidente decidió poner término al proyecto de Barrancones es simplemente inadmisible.
Inadmisible.
Basta revisar los detalles para darse cuenta.
Un proyecto de inversión debe cumplir una serie de requisitos que, hemos de suponer, cuidan el bienestar social. El cumplimiento de esos requisitos se verifica por una serie de órganos de variada composición.
En el caso que aquí se analiza, los órganos que hasta ahora habían intervenido decidieron que el proyecto satisfacía los requisitos previstos por la ley. La comunidad podía reclamar ante el director ejecutivo de la Conama y, si la aprobación persistía, recurrir a los tribunales.
O sea, estaban abiertos los caminos propios de una sociedad bien ordenada.
Pues bien. Piñera -acicateado por el temor al abucheo- prefirió tomar un atajo, saltarse las reglas y echar mano al peor de los métodos. Tomó el teléfono, llamó a un amigo suyo, un influyente empresario que tiene casa en Punta Choros, el lugar amenazado, y le encargó que, en su nombre, sugiriera a los inversionistas abandonar el proyecto.
Por supuesto, Juan Claro, el amigo, obedeció y los inversionistas desistieron.
Y entonces Piñera, sonriendo, comunicó su triunfo.
¿Habrá alguien a quien le importe el valor de las instituciones que pueda aplaudir semejante mezcla de insensatez y narcisismo del Presidente? ¿Alguien a quien pueda parecerle correcto que quien ejerce de Presidente de la República resuelva los asuntos de interés público con telefonazos entre amigos y saltándose la ley que, si obligaba a los inversionistas, lo obligaba todavía a él más? ¿Acaso de aquí en adelante, y a la hora de emprender un proyecto cualquiera, habrá que averiguar cuál es el humor presidencial y cuáles sus redes de contacto?
El Estado de Derecho consiste en que tanto la autoridad, como los ciudadanos, se someten a reglas preexistentes que unos y otros deben cuidar con escrúpulo. La confianza en esas reglas disminuye la incertidumbre y permite que las personas sepan, con antelación, a qué atenerse. Allí donde hay reglas, los ciudadanos no están obligados a vencer ninguna subjetividad para llevar adelante sus decisiones y sus proyectos. De esa forma nadie depende de nadie y todos, en cambio, dependemos de la ley.
En otras palabras, las sociedades tienen reglas para no tener príncipes; cuentan con procedimientos y exigen razones para no estar obligadas a confiar en la benevolencia de quien está a cargo.
Todos esos valores que están a la base del buen gobierno, Piñera los borró de una sola plumada. En vez de echar mano a los procedimientos previstos en la ley -haciendo presente su opinión ante el director de la Conama y tomando la responsabilidad final- prefirió las vías informales y el uso de las redes.
¿Adónde vamos a llegar si aplaudimos esa manera de gestionar los asuntos públicos?
Es probable que quienes admiran Punta Choros -incluido, claro está, el amigo que hizo de intermediarlo- estén contentos y satisfechos con el término de este asunto. Y la razón es obvia: la decisión presidencial coincide con lo que ellos pensaban era lo mejor.
Pero, como es fácil comprender, ese no puede ser el rasero para aplaudir las decisiones de la autoridad. En un Estado de Derecho la justicia material de la decisión no es suficiente. Es imprescindible que se respete, con escrúpulo, la justicia formal.
Si bastara con que una decisión satisfaga sus intereses o sus puntos de vista para que usted deba aplaudirla, sin importar un ápice los procedimientos, ¿dónde quedarían las reglas y la imparcialidad con que las debe aplicar quien juró solemnemente cumplirlas? ¿Desde cuándo el personalismo benevolente que saca aplausos es cuanto nos basta para tener un buen gobierno? ¿adónde llegaríamos si quien debe cuidar las reglas está dispuesto a hacer como si no existieran al menor asomo de quejas o peligro de baja en las encuestas?
Durante la dictadura -el propio Piñera lo recordaba anteayer- el dictador se complacía de que "no se movía una hoja sin que él lo supiera". A este ritmo, ¿diremos algún día que el valor de las reglas, según el Presidente Piñera, es que no tienen ninguno?
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