Claudio Rivera Canihuante, Presidente de la Alianza Independiente Regionalista (AIRE)
Los regionalistas frente a indulto bicentenario propuesto por iglesias Católica y Evangélica al gobierno de Sebastián Piñera
EL QUE ESTE LIBRE DE CULPA QUE LANCE LA PRIMERA PIEDRA
Por: Claudio Rivera Canihuante
                                                                       Abogado regionalista.  Presidente de AIRE
La propuesta de  indulto de las Iglesias con motivo del Bicentenario,  ha  generado un fuerte debate. Ha sido sorprendente la  dureza de expresiones de los distintos actores políticos, incluso antes  de conocer  la propuesta entregada al gobierno  estos últimos días. Cualquiera sea el juicio, no  puede en caso alguno criticarse a instituciones profundamente éticas  cumplir su misión; y menos dudarse de la honestidad y transparencia con  que  han actuado. Demás está señalar que la  propuesta, en caso alguno está referida a hechos que merecen el repudio  nacional tales como violaciones a los derechos humanos, delitos  violentos, narcotráfico y otros que por su naturaleza  nadie  podría consentir que se perdonaran.
El tratamiento del  indulto y la vehemencia con que se han manifestado las opiniones  contrarias, demuestra que la sociedad chilena, representada  especialmente por aquellos que tienen acceso a los medios de  comunicación, no está aún en condiciones de perdonar. Sin embargo, ello  debe ser también un tema de reflexión, si algún día queremos cerrar las  heridas del pasado y asumir la responsabilidad que nos cabe frente a la  inequidad e injusticia social.
La división  efectuada entre delitos cometidos por militares y civiles para revisar  el perdón, nos lleva a hacer algunas reflexiones; las que no pretenden  justificar la actuación de quienes cometieron  los  delitos  y menos   ser  irreverentes frente al dolor de las víctimas y sus familiares,  o  relativizar la actuación de  las instancias jurisdiccionales. Se trata más bien, de comprender que la  sociedad la hacemos los unos con los otros; y la delincuencia,  como otros males sociales, tales como la corrupción,  la drogadicción, la cesantía, la indigencia, se dan en contextos  sociales que de una manera nos comprometen a todos.
Respecto de los  delitos cometidos por militares, conviene recordar que en los años 1972 y  1973, el gobierno incorporó a las fuerzas armadas a su gabinete como  una manera de mantener la institucionalidad. Por su parte la oposición  de la época encabezada por la Democracia Cristiana y los partidos de la  derecha, declararon ilegal el gobierno; y sus seguidores lanzaban maíz  al paso de las fuerzas armadas por no intervenir militarmente y dar el  golpe de Estado  derrocando el gobierno de  Salvador Allende.
Es en este contexto  en el que se produce el golpe de Estado; y las fuerzas armadas se  aparecieron a instancias de agentes políticos que consideraban el  levantamiento militar como la única solución posible frente a un  gobierno que se desmoronaba por razones económicas y políticas. La  historia muestra a algunos de los principales líderes de la DC  justificando el golpe de Estado de 1973; mientras algunos líderes de la  Unidad Popular llamaron a defender con las armas  la  revolución iniciada por Salvador Allende. Siete años más tarde en 1980,  el partido Comunista llamó a derrocar el gobierno militar por la vía  armada, situación compartida con una gran parte del Partido Socialista.
Conviene recordar  el heroico trabajo de la Iglesia Católica chilena,  encabezada por el Cardenal Raúl Silva Henríquez, protegiendo y amparando  a los perseguidos por la dictadura militar; aún a costa   de la integridad personal  de sus  colaboradores, quienes sufrieron en carne propia el rigor de los  organismos de seguridad de la época. Esta situación de inseguridad se  vivió incluso hasta inicios del régimen democrático de don   Patricio Aylwin.
Nada puede  justificar la tortura, represión,  secuestros y  asesinatos y demás violaciones a los derechos humanos ocurridas durante  el régimen militar; pero después de más  treinta  años tal vez sea posible encontrar casos especiales que merezcan  compasión. Es posible que los que pertenecimos a la Unidad Popular o a  la oposición de la época, no hayamos cometido ningún atentado contra los  derechos humanos; pero ciertamente somos responsables de generar una  crisis política cuya resolución hoy día todos lamentamos. 
En cuanto a los  delitos comunes, existe la tendencia a creer que la delincuencia  se disminuye  con penas más  duras y más cárceles, aún cuando los tratadistas dicen lo contrario. De  hecho  las cárceles son escuelas del delito,  sin que exista  evidencia de  reales posibilidades de reinserción de los presos que han cumplido con  su condena. Cualquiera que haya tenido la experiencia de ir a un recinto  carcelario sabe que los presos están recluidos en condiciones sub  humanas; y las humillaciones y dramas de los familiares y amigos que los  visitan, hacen  que la pena no la sufra solo el  delincuente, sino  todos quienes están vinculados a  él.
El no perdonar no  es  un mensaje a la delincuencia.  Debe  entenderse que el delincuente  común por  definición es un individuo que no respeta normas, razón por la cual no  es un interlocutor que esté escuchando lo que diga la autoridad; porque  se siente  al margen de una sociedad   que ha sido injusta con él.
Cuando la encuesta  CASEN indica que el número de pobres ha aumentado, más allá de las  explicaciones, nos está diciendo que hoy hay más gente a quienes sus  ingresos no alcanzan para comer. Nuestro país está generando una masa  creciente de marginados, de la educación, del trabajo,  de  la salud, del bienestar social; y ello constituye no solo el lamentable  resultado de un sistema que no tiene piedad con los pobres, sino  también un pésimo pronostico del comportamiento de la delincuencia. En  este sentido, la pobreza y la marginación es también un atentado contra  los derechos humanos que como sociedad debemos abordar y en el que  actualmente somos todos responsables.
La Iglesia  Evangélica desarrolla un loable trabajo en las cárceles para llevar La  Palabra a los reos, que en muchos casos es el único gesto amable que  éstos han recibido en su vida; de manera tal que tiene la autoridad  moral  para proponer el perdón para algunos  condenados por la sociedad. Tal vez , con la misma vehemencia con que  hemos escuchado el porqué no perdonar, podríamos preguntarnos  si por acción u omisión , no somos también  responsables  directa o indirectamente que muchos  chilenos cometan delitos que todos aborrecemos.
Cuando hayamos  adquirido la certeza de nuestra absoluta inocencia e inimputabilidad en  los males sociales de nuestro país, podremos condenar con propiedad a  nuestros hermanos. Si por el contrario, asumimos nuestra responsabilidad  y nos sentimos lo suficientemente culpables como para no lanzar la  primera piedra; no podremos sino agradecer a la Iglesia Católica  chilena, cuya acción en defensa de los derechos humanos en el período  del gobierno militar, le confieren  la autoridad  moral e histórica para proponer  un camino de  reconciliación nacional por el bien de Chile. Por su parte, el  conocimiento de la Iglesia Evangélica del mundo de las cárceles  donde a diario desempeñan su misión, hace que su  propuesta sea un mensaje limpio y puro que pretende aliviar el dolor  humano de algunos presos.
La propuesta de  indulto no borra la pena ni el delito, sino que simplemente es un  mejoramiento de condiciones  a personas que se  encuentran en situaciones de enfermedad terminal o muy mayores, unidas a  una tipología de delitos y estado del cumplimiento de penas. Así la  realización de un gesto  amable a un condenado  próximo a morir, nos hace recordar a Violeta Parra cuando en sus versos  nos dice  “al malo solo el cariño lo vuelve puro y  sincero”. 
 No  nos corresponde definir en qué condiciones o a quienes debe perdonarse;  pero  sí  hacer los  esfuerzos para  lograr una sociedad inclusiva y  solidaria, para recuperar  a aquellos que han  cometido delitos y  especialmente evitar que otros  lleguen a cometerlos, porque la Patria somos todos.


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